El vedettismo y la pasarela son, en República Dominicana, dos categorías que merecen ser sometidas a estudios en tanto fenómenos que desbordan el frívolo concepto del modelaje y la exposición concupiscente de la carne, para enmarcar la actuación de políticos y negociantes ventajistas, trepadores e inmorales.
Ambos ayudan a entender en su justo contexto la denominada “carrera política”, sobre todo cuando se desarrolla montada a galope sobre los fondos públicos. Es impresionante cómo la entrada a la nómina del Estado a través de un decreto crea en algunos el complejo de “opción de poder”.
Otros, que se enriquecen a partir del negocio más anodino, de reducidos méritos y de escasa creatividad –tener al Estado como cliente único, boroneando o liquidando perversamente peajes y cuotas-, construyen burbujas e ilusiones ópticas que los hacen creerse “ungidos” a partir de los amarres corruptos que van construyendo.
Al carecer de trayectoria o de hechos que legitimen su aptitud, desatan con frenesí una vocación por exhibirse, ser –como dicen en San Juan- más “presentados de la cuenta”, bajo la convicción de que en la sociedad dominicana el allante garantiza ganancias en el 90% de las causas.
No ha de dudarse que la escasez de talento político, la degradación de los partidos y su bloqueo al reemplazo generacional conviertan en exitosos a estos “bucaneros”, con el riesgo asociado de socavar los cimientos institucionales, en sí ya debilitados, para depararnos -desde su megalomanía y delirio de grandeza- otra Venezuela.
En todo caso, los caminos de estos sujetos enfermizos, narcisistas y vacuos conducen a una sola meta –en el mediano o en el largo plazo-: chocar contra la pared, aunque en esa colisión se lleven consigo los mínimos avances logrados por los dominicanos.
La ciudadanía responsable tiene el desafío de asumir tareas muy complejas, como vigilar los excesos del poder establecido y, en paralelo, monitorear el movimiento de ese “obsceno pájaro de la noche” (con el permiso de José Donoso), que es el neoclientelismo envuelto en modernidad, actualidad y digitalización.
No es difícil detectar a estos agentes, pues en la alocada ansia de visibilidad que los arropa, entienden que todo gira a su alrededor sin escatimar confrontaciones, atropellos, imposiciones, chantaje, chismoteo y compra de voluntades. Son los oficiantes del “yo impúdico”.