Algunos contertulios de la vieja peña del Cantábrico cuentan cómo Bonillita despotricó contra Germán Ornes y yo, que lo habíamos ayudado y defendido, después que un presidente lo trancó 48 horas, según contaba él mismo, encuero con una rata, en un oscuro cajón con puerta de tola, como “castigo” por insultar a su esposa y un superministro.
Al mencionarle su deuda moral, ripostó: “¡Ah, pero crees que la gratitud es eterna!”. Lo recordé recientemente cuando una empresa licorera de Santiago celebró su 170 aniversario sin siquiera mencionar a su más admirado administrador ni invitar a sus familiares, pese a que lograron su mayor esplendor bajo su liderazgo.
Esta semana rememoré ambos casos, cuando un íntimo amigo compueblano del último amnésico (¡vaya coincidencia temperamental!), al celebrar el 75to aniversario de un periódico capitaleño suyo, “olvidó” al antiguo propietario y director, el mismo Ornes, paradigma de periodismo distinto al actual, que llevó a ese diario a una cumbre nunca recuperada. Ningún ninguneo borra la historia ni maquilla la actualidad, pero mezquindades similares dan qué pensar.