¿Metafísica del merengue o del tango?

¿Metafísica del merengue o del tango?

¿Metafísica del merengue o del tango?

El merengue no tiene, a mi juicio, una metafísica como el tango. Cuando Enrique Santos Discépolo dijo que “el tango es un pensamiento triste que se baila”, significó que este ritmo, nacido de los lupanares bonaerenses tiene pensamiento, es decir, metafísica, con lo que se colige que su tristeza dimana de un pensamiento con vocación metafísica.

De los estados de alegría no nace un pensamiento. En cambio, las ideas sí brotan del ser, en su estado de melancolía. Aristóteles afirmó que la condición del genio nace de un estado de melancolía. Por tanto, todo genio es melancólico.

La naturaleza del merengue, desde su origen como ritmo musical, se caracteriza por la euforia, la picardía y el doble sentido.

Las letras de los merengues no encierran –nunca ni ahora- una metafísica del ser dominicano, pues solo lo dibuja en estado de euforia, no de melancolía. Si el bandoneón es triste, la güira, la tambora y el acordeón son alegres.

El bandoneón de Piazzolla gime, el acordeón de Tatico goza. Si Gardel es el rey que llora, Joseíto Mateo es el diablo que ríe.

El merengue es pues la radiografía de la identidad dominicana, y de ahí que encarne, a un tiempo, el espíritu festivo y patriótico, nunca la desesperación y el fracaso del amor derrotado y herido, como la bachata.

El merengue es, en efecto, el retrato fiel que condensa la alegría dialéctica, frente al abatimiento metafísico. Los merengueros siempre le han cantado a la celebración de la carne y al cuerpo erótico femenino, pocas veces a la muerte. Son “merengueros hasta la tambora”, como dice Johnny Ventura.

A través de la música, el merengue expresa una actitud existencial, ontológica, que proviene de un mundo inconsciente, en deuda más con el romanticismo que con la épica.

Música de “tierra adentro”, el merengue no es música de “guardia cobrao”, ni de “amargue”, de chulos vividores, como la bachata, sino del hombre machista, pendenciero y jugador.

La alquimia del tango no es la misma del merengue. En el merengue hay libido; en el tango melancolía. De ahí que el tango se parece más a la bachata que al merengue. En el juego político de los cuerpos, el tango es hembra y el merengue es macho.

La danza de la bachata se emparenta con la del tango por su naturaleza sensual y lasciva, y acaso imbricante –si existe este vocablo.

El tango y la bachata tienen una danza común: nacieron del mundo prostibulario. El tango, en su origen, se bailaba entre hombres, en cambio, el merengue nunca: es machista.

La danza del tango es muda: los danzantes no hablan. El tango se alimenta de nostalgia, del tiempo pasado, de los mundos perdidos, de lo vivido.

El centro motriz del merengue es el corazón; el del tango, el pensamiento. La quintaesencia del merengue se expresa en su cosmovisión sensual, que en su origen sirve –y sirvió- para alimentar los pies, no la cabeza, es decir, no sirve para herir el corazón, como en la bachata y el tango.

Si el merengue tiene su Compadre Pedro Juan, el tango tiene su Cambalache: Compadre Mon y Martin Fierro.



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