Tres horas y treinta minutos en carretera. Es el tiempo que dura la trayectoria para llegar a Duvergé. Una ciudad olvidada por la política, donde Amartya Sen hubiese tenido mucho material de inspiración para definir el concepto de pobreza, privación de libertades y desigualdad social.
Toda una turista en mi propio país. Agarrada de mi cámara recorriendo las calles de Duvergé, donde cada casa de madera llena de contrastes me posaba con su mejor fachada para una foto. Como en cada pueblo en República Dominicana, el punto de encuentro es un parque. Centro de la dinamización de la alegría, o como diría un buen dominicano: «donde se hace coro y la chercha». Fue justo ahí donde conocí a este personaje conocido como «Joselito».
Joselito es el limpia botas del pueblo. Me detuve a preguntarle: « ¿Tiene usted toda la vida viviendo en esta ciudad?». Me regaló la mejor sonrisa que había visto en las últimas tres horas y treinta minutos cuando me dijo: «nací aquí, pero no siento que pertenezco a este lugar. Soy incomprendido porque es un lugar con gente que no tiene la mente amplia».
Su comentario me desconcertó. Joselito era de aspecto un poco peculiar. A simple vista parecía medio retardado, con ropa desaliñada y su caja de limpiar botas un poco descuidada. Tal comentario me hizo pensar que yo era la retardada. Me dejé envolver por aquel joven y quise seguir preguntando cosas para escudriñar esa mente, que al parecer, estaba llena de instrumentos interesantes que quise plasmar en este próximo párrafo.
«En la vida hay que tener metas claras y cumplirlas, o mejor no vivas. Todo es cuestión de actitud». Palabras sabias. Todas las personas que habitan en esta tierra tienen algo que aportar, solo hay que estar atentos a los detalles y como bien dijo mi amigo Joselito, «tener la mente amplia».
Un viaje largo para una joven sola. Pero pude conocer personas como este limpia botas, que con su actitud me reafirmó que no todo está perdido. Al parecer en ciudades como Duvergé, aún existen personas que no han perdido la fe en la gente, familias con muchas cosas que aportar al proceso de desarrollo en nuestro país. Pese a que viven en situación de extrema vulnerabilidad, conservan un espíritu enérgico, necesario para aprovechar oportunidades que amplíen sus capacidades y por ende, más libertad para mejorar sus condiciones de vida.
Envuelta en las garras de la rutina (esa inseparable compañera de la ciudad), se me había olvidado la paz del campo, la alegría de gente que trabaja de la tierra para vivir, el entusiasmo de la niñez que juega en el asfalto, y con el estómago vacío, llenan su imaginación de sueños, aquellos que alimentan las ganas de construir un futuro mejor que la realidad que viven. A través de ellos debemos ver los colores vivaces que engalanan nuestra realidad social.