La Constitución de la República en su artículo 56 establece la función de la familia, la sociedad y el Estado para la protección de los menores y para hacer primar el interés superior del niño, niña y adolescente, todo a fin de asegurar su desarrollo armonioso e integral.
Pero la verdad es que, a decir por la gran cantidad de males que aquejan y cercan a buena parte de nuestra niñez y adolescencia, podríamos afirmar que en la práctica dicho artículo es, en gran parte, letra muerte.
A la larga lista de males y problemas que afectan a la población infantil en nuestro país, tales como son la explotación sexual comercial, el trabajo infantil, la violación y maltrato de menores, la violencia escolar el matrimonio infantil, la unión temprana, la deserción escolar, debemos agregar ahora la cuestión del consumo de alcohol por menores.
Johanna Matos, en un interesante reporte a través de este diario EL DÍA, dio cuenta de que durante el pasado asueto de Semana Santa se intoxicaron por alcohol una significativa cantidad de niños, sesenta y cuatro menores, casi triplicando la cantidad registrada el año anterior (durante el mismo asueto se han intoxicado, en los últimos 7 años, 213 menores).
En la actualidad la formación de nuestros niños y adolescentes es una seria aventura, dada la cantidad de factores que inciden de una manera o de otra en ella.
El pluriempleo hace que una gran cantidad de niños y adolescentes pasen mucho tiempo sin sus padres o acompañados de una tablet o de un celular, junto a lo anterior se puede señalar la permisividad paterna y la falta de establecimiento de normas o niveles de disciplina.
Vivimos también en este aspecto lo que un sociólogo designó con el apelativo “anomia”. Dentro de nuestra sociedad machista el papel modelador del padre tiene un gran peso. El consumo de alcohol de los padres frente a sus descendientes ejerce una función socializadora o de aprendizaje.
La publicidad para mercadear las bebidas alcohólicas también tiene una gran incidencia. Que los anuncios de esas bebidas al final señalen que su consumo puede ser perjudicial a la salud es una manifestación de doble moral que daña y engaña.
En el reporte periodístico a que hicimos referencia anteriormente se alude a un hecho grave: el consumo de alcohol por menores es la puerta de entrada a otras drogas. Pasar del alcohol a las drogas ilícitas no supone gran distancia.
En un artículo anterior, cuyo título fue “Cuidemos a los jóvenes”, clamé por una efectiva protección de la familia, la sociedad y el Estado, a nuestros jóvenes y adolescentes. Ahora clamo lo mismo en relación a los infantes. Lo que hagamos y logremos de ellos determinará el curso de nuestra sociedad a lo largo de unos cuantos puñados de años.