Memorias del pueblo dominicano

Memorias del pueblo dominicano

Memorias del pueblo dominicano

Roberto Marcallé Abreu

La vida, es mi parecer, debe concebirse como un programa de logros y ejecutorias a realizarse y obtenerse. Un programa de aprendizaje.

Es válida la divisa de avanzar continuamente sin detenerse, sin mirar atrás salvo para evaluar programas y planes y, por supuesto, para hacer justicia.

En nosotros está establecer las diferencias entre la inercia, la rutina, o ejecutar un programa que le dé sentido y valor a nuestra existencia. Poseo la certeza de que la diferencia entre los seres humanos radica en sus realizaciones en el limitado contexto de su existencia. Ser o no ser. Actuar o morir en vida.

Esas realizaciones, deben ser, siempre, producto o consecuencia de la meditación y de lo programado. Es bueno no dejarse seducir por la inercia, la rutina o la improvisación, poseer metas definidas.

Detenerse, no hacer nada, estancarse, es una forma de muerte. Una vieja canción habla de personas que “pasaron por la vida sin saber que pasaron”. No se puede existir sin un programa. De lo contrario, la vida pasa y se nos escapa como agua entre los dedos.

Porque, de alguna manera, la existencia es como un soplo, tal y como se manifiesta en el libro sagrado. El tiempo transcurre de manera implacable. Cerramos y abrimos los ojos y ya han transcurrido décadas.

Desde el instante mismo en que somos parte de la existencia consciente, nuestra obligación es transformar positivamente la realidad. Los años pasan de manera implacable e imperdonable. Mirar hacia atrás puede ser una experiencia enaltecedora o traumática.

Aprendí esa lección de mis padres, de los sacerdotes salesianos, jesuitas y escolapios con los que me eduqué, de mis maestros de la Universidad Autónoma de Santo Domingo donde estudié Letras, Economía y Ciencias de la Información Pública, y de la UTED donde estudié Ciencias Políticas. Mis libros y lo que puede mencionarse como mi carrera literaria, tuvieron inspiradores específicos: además de los autores estudiados, mis profesores y particularmente el doctor Alberto Malagón, padres, hermanos y amigos y, por supuesto, mis lecturas.

Desde niño tuve la oportunidad de tener en mis manos una significativa cantidad de libros de historia, de narrativa y poesía de autores dominicanos así como de los clásicos universales Cervantes, Dante , Shakespeare, Walt Withman, Víctor Hugo, Dumas, Thomas Mann, Heriberto George Wells, Marcel Proust, Tolstoi, Dostoievski, Rubén Darío, Giovanni Papini, Schopenhauer, Emmanuel Kant, Lenin, Marx y Engels, Gogol, André Gide, para solo citar unos cuantos. Adquirí, sobre la marcha, centenares de libros que se han venido publicando en los años posteriores.

Vicente Rubio, quien nos impartía Filosofía en el último año del bachillerato, fue una gran fuente de inspiración, al igual que lo fue Suárez Marill, quien nos puso en contacto con las profundidades de la dialéctica, Santiago de la Fuente, los escritores cubanos, venezolanos, chilenos, argentinos, nicaragüenses, desde Borges, a Pablo Neruda, Cortázar, García Márquez, José Donoso, Rubén Darío, Fuentes.

Entrar en contacto con las letras universales provocó en mí una transformación sin precedentes en mi condición de ser humano y en mis maneras de concebir la existencia. Dediqué años a leer las obras de los premios Nobel y de los clásicos de todos los tiempos. Concibo a Harold Bloom como el maestro de maestros, el pensador y orientador por excelencia.

Esta es una historia muy extensa que posee un propósito lógico: describir realizaciones, así como nuestra particular aventura intelectual y sus influencias en nuestra condición humana.

Hablamos de un periplo que solo termina con la muerte física. Cuanto deseo comunicar es que no se puede transitar por la vida sin metas, propósitos, ideales, sueños. Vivimos y estamos en este mundo para transformar positivamente cuanto nos sea posible.

Recuerdo cuando pisé por primera vez tierra nicaragüense. Eran días difíciles y complejos: el mundo estaba trastornado por la pandemia del Covid 19. La enfermedad dislocó la humanidad y las instituciones. Realicé el viaje desde la República Dominicana vagamente intimidado por las complejas circunstancias.

La existencia se había transformado de raíz en una suma terrible de trastornos. Hice una larguísima y extenuante escala en Panamá y en El Salvador. Llegué a Managua a tardías horas de la noche. Al día siguiente, tenía cita para presentar las cartas de estilo en la Cancillería.



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