El ninguneo es un deporte nacional. Pasamos más tiempo restando méritos a quienes los tienen, que reconociendo las virtudes de buenos dominicanos.
Quizás es una tara que arrastramos desde la época colonial, cuando la pobreza obligaba a los más talentosos a competir fieramente por las escasas mieles del tenue gobierno.
El preludio es porque me apena opinar que Mella nunca debió integrar la trilogía de padres de la patria.
Fue a Mella que Santana envió secretamente a Madrid para finalizar los detalles de la anexión a España negociada con el gobernador de Cuba, Serrano.
Coincido con Jimenes Grullón en que sólo Duarte merece el título de padre de la patria, aunque distinto a don Juan Isidro aprecio y admiro los sobrados méritos de Sánchez.
Ninguna nación se hace libre, soberana e independiente por obra de una sola persona aunque siempre hay una que idea y dirige a los demás; en nuestro caso fue Duarte secundado por Sánchez.
Un lisio de la historiografía dominicana es ningunear a próceres tan determinantes como los hermanos Puello, Duvergé, Bobadilla, Báez, Imbert y otros, que, como en EUA Jefferson, Franklin y otros, son patricios de primer orden, pero nunca iguales ni superiores a Washington.
El único padre de la patria es Duarte aunque fueron los demás quienes llevaron a cabo su gloriosa idea y a nosotros a quienes toca hoy preservarla con dos fundamentos duartianos: el imperio de la ley y mejor educación pública.