El 76 % de los graduados universitarios de Taiwán prefiere crear una empresa en vez de emplearse, según el Banco Mundial, que ranquea a ese territorio chino autónomo como número 21 del mundo en facilidad de establecer un negocio formal.
Nosotros, ufanos por la estabilidad y crecimiento de nuestra economía, vamos 91 puestos detrás, en la penosa posición 112.
Recordé los estudios de Hernán de Soto de hace cuatro décadas, que documentan la relación directa entre la prosperidad nacional y un ambiente proempresarial, que facilite la inversión privada, la obtención de permisos, el pago de impuestos, la creación de empleos productivos y la bancarización.
Los dominicanos poseemos una fuerte cultura de emprendimiento e individualidad, que penosamente se encauza por la informalidad y sus altísimos costos y riesgos.
Es más difícil la legalidad y formalización. Por eso abogo con insistencia casi necia porque las reformas pospuestas y cacareadas sirvan para facilitar la creación de empleos, simplificar el cumplimiento de obligaciones fiscales y que la macana legal enderece el caos del tránsito, la quiebra de las EDE, el secuestro de la instrucción pública por la ADP y la decepción por el pobre desempeño de los fiscales en el combate contra la corrupción. Si somos un país envidiado y admirado tal cual estamos, ¿se imaginan cuánto mejor seríamos si seriamente mejoramos?