Puede decirse sin ambages: los procesos electorales ya no son traumáticos en República Dominicana. No me refiero, claro está, a la ausencia de conflictos, sino a la capacidad de la sociedad de procesarlos sin indigestarse. Por mucho que nos falte por andar, es innegable que el trecho recorrido es largo.
No hace muchos años las fechas electorales eran momentos llenos de angustia social generalizada. Hoy lo son en menor medida, sobre todo porque el dolor inscrito en nuestra memoria colectiva es difícil de borrar. A pesar de todas las dificultades y defectos de nuestra democracia, cada vez los surcos dejados por las experiencias anteriores son menos profundos.
Las elecciones primarias celebradas el domingo son un buen ejemplo. Pese a la participación de más de dos millones de dominicanos, los incidentes fueron pocos y menos graves comparados con procesos precedentes. Hubo denuncias de irregularidades, algunas más graves que otras o más o menos realistas. Mas todo parece indicar que el sistema electoral pasó la prueba de fuego.
Las quejas e impugnaciones no deben escandalizar, porque son mecanismos a los que tienen derecho los participantes inconformes, y tendrán un escenario adecuado para su solución institucional.
La única amenaza grave que veo al discurrir pacífico de las elecciones de 2020 es el calendario electoral, lo he dicho antes. Tener elecciones en febrero, mayo y potencialmente junio es innecesario y riesgoso. Pero si esto es inevitable, entonces debemos afrontar el reto colectivo que implica un optimismo cauteloso de quien va descubriendo que es capaz de superar los obstáculos.
Todavía nos queda camino por recorrer, y cosas que revisar del proceso recién pasado. Pero esta certeza no debe hacernos olvidar lo ya andado.
La democracia no es natural, sino el resultado de la madurez de una sociedad. Los dominicanos estamos cada vez más demostrando estar a la altura. Eso implica satisfacción por lo logrado, atención para evitar los retrocesos y determinación para superar los retos que aun tenemos delante.