Tímidamente hice fila para inscribirme. Llevaba preparada mi acta de nacimiento, impecablemente confeccionada por la Junta Central Electoral y totalmente fiel al Registro Digital, que acreditaba que se trataba de mi persona.
No todos los que estaban en fila, delante de mí, se inscribían por primera vez. Me di cuenta de que muchos, que me llevaban mucha ventaja, se reinscribían o acudían a un examen de evaluación. Algunos regresaban refunfuñando, con expresiones como: “me ponché”, “tengo que repetir la lección”, “la prueba estuvo fuerte”, “el tabaco es duro”…
Al llegar mi turno, me acerqué con los nervios de punta, y me introduje en el protocolo de inscripción.
Lo primero extraño fue que no me pidieron el acta de nacimiento; no importaba mi edad, dónde había nacido, qué había hecho hasta el momento, si mi apellido era de gente pobre o rica… lo que interesaba era mi persona, y allí yo estaba de cuerpo presente.
Eso sí: me preguntaron el nombre de mi madre. Respondí que se llama María. Igualmente quisieron que dijera el nombre del Maestro que había escogido y respondí que se llama Jesús.
La respuesta pareció dar satisfacción. Me recordaron entonces que me estaba inscribiendo en una institución para educación especial: que era la Escuela de la Misericordia.
Que se trataba de una escuela a distancia y que en cualquier lugar y a cualquier hora podía recibir las lecciones y hacer los ejercicios requeridos.
En la escuela sólo había un libro fundamental para estudiar, que es el Libro de los libros y en el que todas las lecciones están escritas, basta saber y querer leerlo.
Las materias que tenía que estudiar son: perdón, tolerancia, respeto, sinceridad, honestidad, humildad, solidaridad, paciencia, comprensión, compasión y sobre todo AMOR.
Mientras que las tareas prácticas a realizar son: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al necesitado, vestir al desnudo, visitar al enfermo, socorrer a los presos, enterrar a los muertos.
-¿Eso es todo? – Pregunté.
-No. -Me respondieron.
Hay otras tareas que no se refieren al cuerpo, sino que son espirituales. También hay que hacerlas: Enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que está en error, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos de los demás, rogar a Dios por vivos y difuntos.
Otra cosa importante de la que se me informó es que la Escuela de la Misericordia es de tanda extendida, sin límite de tiempo y sin vacaciones.
Que hay un pan sabroso, de múltiples sabores, que se distribuye gratuitamente para fortalecer a quienes están en el proceso de enseñanza y aprendizaje.
Me dijeron, además, que es muy importante el uso de la “calculadora”, pues fácilmente y con mucha frecuencia, en el trayecto del estudio, que dura toda la vida, se van a presentar situaciones en las cuales hay que calcular fino y preciso, de lo contrario se pueden cometer errores que llevarían a un retroceso lamentable en el camino andado.
Bueno, también me aconsejaron que preferiblemente la mochila de la escuela sea pequeña, porque hay que andar ligero de equipaje, ya que esto permite adelantar más, evitando la típica mentalidad consumista que distrae, perturba y hace el camino más pesado.
Se me recordó que a veces “necesitamos cosas” que no necesitamos.
Ah, se me insistió además en que con frecuencia me mirase al espejo, para hacer un autoexamen de los avances realizados.
El espejo de la sinceridad y transparencia me diría cuánto falta para que mi rostro se parezca en algo al Rostro de la Misericordia del Maestro que he escogido en mi proceso de aprendizaje.
Concluyeron diciéndome que recordara siempre que tenía la mejor Madre, que es catedrática especializada en la materia y que podía contar permanentemente con su acompañamiento, lleno de ternura y amor, pues es la Madre de la Misericordia.
Desde que me inscribí en la Escuela de la Misericordia todo lo veo, siento, aprecio y juzgo en forma diferente. Asumiendo los mismos criterios del Maestro que dijo: “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”.