Como si fuera hoy, recuerdo el día en que salí de la tienda con un suape en las manos y abordé un taxi, sin pensar que la conversación que se inició con un frío saludo más adelante me alegraría el día y me proporcionaría una lección para el resto de mi vida.
Yo iba revisando mi nueva pieza de aseo y me preguntaba en voz alta si realmente valía la pena, si soportaría más de dos o tres semanas de “trapeo” o si era uno de los tantos productos de mala calidad y de alto costo que ofrecen en los supermercados.
Para mi sorpresa, el joven chofer interrumpió mi monólogo para preguntarme la marca del suape y, a seguidas de mi respuesta, en tono de convencido me dijo que sí, que esa marca era muy buena, que ese es el que él usa y que, pensándolo bien, él también necesitaba comprar uno porque ese día le tocaba la limpieza en su casa, en la que iba a “tirar” agua.
En principio no le creí, pensé que bromeaba. Luego, reconociendo mis prejuicios, me pregunté si no sería un homosexual.
Y como no me había encontrado en una conversación con un hombre joven que mostrara tanto dominio e interés por los asuntos domésticos, particularmente lo relativo a los quehaceres de limpieza, no me pude contener la curiosidad y le pregunté por qué sabía tanto de ese asunto que, como producto de la cultura machista, tradicionalmente ha sido reservado a las mujeres.
Su respuesta me enterneció. Me contó un poco de su historia. La esposa tiene múltiples problemas de salud que le impiden realizar labores domésticas, aunque trabaja en una oficina y, cuando está de ánimo cocina para la familia. El, aprovechando el tiempo en que no está “taxiando”, se dedica a la casa y a cuidar los tres niños que han procreado.
Yo lo observaba desde el asiento trasero, al tiempo de disfrutar el entusiasmo con el que contaba que él ayuda en todo lo que puede en la casa, recordando que eso lo aprendió siendo un niño, porque su madre le asignaba tareas por igual a los varones que a las hembras, lo que les permitió aprender a hacer de todo en la casa.
Me sentí muy feliz al tener esta conversación con este joven porque me hizo cambiar mi impresión de que los hombres dominicanos dejan toda la carga hogareña a las mujeres. De ese día en adelante cuando hablo o pienso en machismo ya no generalizo y, más bien, he clarificado mi concepto sobre lo que es ser un caballero, que es el hombre dispuesto a compartir con su pareja en forma integral, en todos los planos de la vida cotidiana.
La moraleja de la conversación con el taxista caballero es que las madres tenemos la llave para abrir en el niño un mundo de comportamientos que marcarán sus vidas de adultos.
Por eso insisto tanto en que la educación familiar es la que puede ayudar más efectivamente a dejar atrás la cultura de maltratos contra las mujeres. Además, aunque tome mucho tiempo en imponerse, es la única que puede redefinir las relaciones de pareja, dejando atrás todo lo que impide el disfrute pleno del amor y de la familia misma.
Después de la conversación con el taxista caballero he caído en la cuenta de que toda mujer quiere un hombre que le acompañe en la vida, no solo en la cama.
Nos enamoramos no del hombre sino del compañero de vida.
Pero es a las madres a las que toca formar a esos futuros caballeros, mostrándoles a sus hijos, a edad temprana, lo grandiosa que puede ser la vida de las personas que se aman, si se apoyan tanto en las grandes cosas como en las más pequeñas.
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