Opinar en prensa y televisión a diario sobre temas de interés nacional es imposible sin esporádicas meteduras de pata.
En mi reciente libro “¡Más es usted!” narro varios disparates que dije o publiqué a lo largo de casi medio siglo de periodismo.
En esos pocos casos, al percatarme del error inmediatamente enmiendo y corrijo, pues la credibilidad se gana con lealtad hacia los lectores que merecen respeto, como también cualquier afectado. Miente quien dice algo que sabe que es falso.
Las mentiras por tuñecas no llegan lejos. Errar es distinto, pues no hay mala fe. Hace unas semanas me asombró ver en la comunidad de Salamanca, cerca de la avenida de circunvalación al noroeste del aeropuerto en El Higüero, en un camino recientemente afirmado, una extensa pared muy alta, en cuyo frente hay sembrados cientos de exóticos pinos con sofisticado regadío por goteo, portones enormes con cámaras de seguridad y señas de recientes desmontes y costosas obras. Varios vecinos señalan como dueño a un funcionario.
Debí haber confirmado el dato, pues ahora me reprochan en privado queridos amigos, que lo conocen y en quienes confío, que erré, ya que ese no es el afortunado propietario de la magnífica finca.
Quizás es imposible comparar al actual gabinete con antecesores juzgados por corrupción en procesos largos, tortuosos e inefectivos tras un lustro.
Me equivoqué en 2020 al oponerme al PRM, aunque hoy creo y defiendo la integridad y decencia del presidente. Pero si todos sus funcionarios son igualmente honestos, los dominicanos estamos ante un milagro de proporciones bíblicas.
¡Amén! Ahora estoy aquí devolviéndome de Salamanca porque iba hacia Pedregal.
Mientras tanto, enmiendo, corrijo y me excuso, como debe ser.