Seguro que muchos han leído algún texto, escuchado una fábula u observado un video que relata la lección que un maestro enseña a su discípulo sobre las ataduras que nos retienen en una vida de mediocridad.
Muchos han compartido la reflexión de “la vaca” que trata de hacernos entender que hay cosas que nos proporciona algún beneficio, pero que -a la larga- solo nos hacen ser dependientes y nos impiden avanzar.
Es gracioso ver como la historia de la vaca ha sido contada de muchas formas, donde se ha matado al animal -centro de la enseñanza- de la manera en que su narrador ha entendido es más fácil de entender para los receptores del mensaje.
A la vaca se la ha degollado, empujado por un precipicio o matado de un disparo, porque lo que realmente importa no es la forma en que muere, sino lo que representa su existencia y como no nos damos cuenta de que hay mucho por ser y crecer más allá de nuestras narices.
Leí por ahí que nuestras vacas pueden ser desde un trabajo que no nos motiva, reprime y maltrata, pero en el que seguimos porque “peor es nada” o “es seguro”, hasta una relación que sabemos no nos hace felices, pero nos mantenemos en ella esperando el momento adecuado para terminarla, que tal vez nunca llegue.
Las vacas son esas cosas que dependen de nosotros mismos y que no cambiamos, aunque nos gustaría mejorarlas, y nos conformamos por esas creencias que nos frenan y esos miedos que nos llevan a acomodarnos y a estancarnos.
En conclusión, el gran mensaje que se desprende de esta parábola es que no debemos postergar la decisión de solucionar un problema, tomar una decisión y liberarnos de las limitantes de nuestras vidas.
Es importante que, día a día, pasemos inventario a nuestra vida para poder retirar del almacén eso que no utilizamos. Cuando lo poco que tenemos no es suficiente se convierte en un castigo, y no nos hace feliz que se haya convertido en nuestra “vaca”.
Es el tiempo de tomar la decisión de matarla para poder hacer espacio a lo que realmente nos hará crecer y ser más felices.