Una de las más grotescas acusaciones contra un dominicano en el bembe de un haitiano es tildarnos de racistas. Olvidan que su Constitución debió ser blanqueada por los marines gringos a principios del siglo XX porque desde 1804 por casi 120 años solo sus negros poseían derechos civiles y políticos.
Los propios americanos tampoco deberían fuñir tanto enrostrándonos un racismo que en su propio país ha sido siempre peor que aquí.
Nos han liderado mulatos como Sánchez, presidentes como Báez, Lilís, Trujillo y Leonel, ninguno precisamente ario ni rubio.
No debimos esperar al siglo XXI para tener nuestros Obamas. Peor aun, ayer el “New York Times” reveló que actualmente los infantes negros en Estados Unidos poseen dos veces más posibilidades de morir que los infantes blancos, una disparidad racial peor que en 1850, quince años antes de prohibirse la esclavitud allá.
Santo Domingo no será un paraíso de igualdad racial o social, pero díganme ¿dónde hay alguno? Más lacerante, merecedora de atención, es la brecha entre ricos y pobres, de todos colores…
