Por lo general, cuando escuchamos la palabra “militantes” asumimos que se refiere a los seguidores ciegos de los partidos políticos. Pero no, de esos no queremos más.
Por el contrario, necesitamos menos de esas personas que entienden que, al dedicar tiempo a la política, tienen el derecho de ir al Estado a “buscar lo suyo”… como si fuera una herencia familiar.
Leí en “Reflexiones sobre temas humanos”, de Polaris, que para desarrollar una gran causa, que trascienda la individualidad, la comunidad mundial debería enrolar ciudadanos que vean a la especie humana como una sola familia y militen en tareas que nos acerquen a esa meta.
Necesitamos personas que usen la comunicación como la más eficiente arma; que se liberen del miedo al porvenir, al fracaso y al cambio; que estén decididos a aplicar los contenidos de todos los libros sagrados, a través del ejemplo del bien; que practiquen la solidaridad y mantengan la confianza en ellos y los demás.
Para lograr sentirnos como una gran familia, se necesitan hombres y mujeres que estén dispuestos a redefinir las estructuras sociales dando prioridad a las verdaderas riquezas de la vida, que no son el dinero ni el poder; que puedan elevar la visión para el futuro de la nación, reformulándola en base a la fuerza del espíritu y a la efectividad moral; y que promuevan la participación del ciudadano en la definición y ejecución de propuestas sociales.
Para evolucionar como sociedad, es esencial desactivar los mecanismos que llevan a la tragedia como respuesta a la solución de los conflictos o dolor; necesitamos ciudadanos dispuestos a cuidar el medioambiente y que estén dispuestos, de manera consciente, a apoyar la diversidad e igualdad de oportunidades.
Y, lo más importante, enrolar más y más ciudadanos en la militancia del silencio. Silencio para reflexionar, para la quietud, la armonía, la paz y la acción. Militantes comprometidos con el bien común.