En este tiempo de campaña donde los ánimos se van subiendo y las pasiones se encienden es bueno recordar algunos principios de ética política que nos han legado las luminarias de la filosofía política:
La política es servicio y bien común. Con Aristóteles hacemos remembranza de que quien aspire a un cargo público y lo gane se convierte en un servidor del pueblo. Su objetivo debe ser luchar por el bienestar colectivo y la felicidad de todos.
El poder revela la persona. Los electores debemos tener en cuenta a los líderes que elegimos porque el poder, como dijo Pítico, desenmascara al individuo que lo ejerce. En el poder se descubren las grandezas y las bajezas humanas. El que ha comprendido el poder como servicio trabajará por el bien social, el que no ha hecho esta interiorización, usará el poder para engrandecer su ego o abusar.
La tolerancia como principio político. Locke nos recuerda que en política debe primar la tolerancia como expresión de la libertad pero teniendo en cuenta que tolerar no es irrespetar al otro, calumniar o difamar, porque la dignidad humana también hay que protegerla.
La demagogia daña y mal educa. Platón nos alerta que para combatir al adversario no es aconsejable la demagogia que se asocia a un discurso vacío, reactivo y que no le explica a la sociedad cuál es el ideal de nación a la que se aspira.
La ausencia de propuestas políticas visionarias y coherentes limita la democracia porque las opciones de los ciudadanos son mínimas.
La ética del diálogo. Las mejores propuestas son fruto del consenso social y surgen como respuestas a problemas sociales.
Habermas nos enseña que el reconocimiento del otro como un interlocutor válido y de igual dignidad conduce a aprovechar al máximo la capacidad de los seres humanos y hace aflorar la creatividad y la innovación. De quien más aprendemos es de los contrarios porque nos señalan las debilidades y errores que tenemos que enmendar. Desde ese punto de vista, los contrarios no son enemigos sino maestros de los que aprendemos en el camino.