Aunque casi nadie lo destaca, por primera vez en nuestra historia transcurren más de cuarenta años sin presos políticos en las cárceles.
Hay que celebrarlo no como regalo de este ni de ningún gobierno, sino como una conquista del batallar heroico de nuestro pueblo.
La historia era otra. El presidio político fue siempre símbolo oprobioso de los gobiernos tiránicos e intolerantes. Hasta hombres como Horacio Vásquez, que asaltó el poder el 26 de abril de 1902.
Entonces llenó las cárceles de presos políticos, hubo que convertir algunos barcos de la marina en cárceles flotantes, en la fortaleza Ozama había más prisioneros que soldados y fue así que el 23 de marzo de 1903, los presos políticos tomaron el control del recinto y se inició una sublevación que derrocó y puso en fuga al presidente Vásquez.
El presidio político siempre vino acompañado de asesinatos, torturas y otros métodos inhumanos. Todo esto empeoró con la ocupación norteamericana del 1916 al 1924, cuando los invasores amaestraron a sus discípulos, de los cuales el más aventajado fue Trujillo, carcelero impiadoso de todo disidente y aplicador de las mayores atrocidades contra ellos.
En 1966, la nueva versión del viejo trujillismo, con Balaguer a la cabeza, tomó el poder y retornaron las desapariciones, las ejecuciones a sangre fría, las torturas. La existencia de prisioneros políticos fue uno de los peores signos de ese período.
Nuestro pueblo nunca se rindió al terror y las persecuciones, perseveró en la lucha por la libertad política y muy particularmente, por la libertad de los presos políticos. En esa batalla los militantes revolucionarios dieron ejemplo de amor a la libertad y de indomable valor para luchar por ella.
Vino el cambio de agosto de 1978, y con el gobierno de don Antonio Guzmán, los presos políticos salieron en libertad, se abrió un importante espacio de libertad política que el pueblo ha hecho suyo y si algo provoca la indignación ciudadana es la represión por causas políticas.
Por eso, y aunque no han faltado las manifestaciones de autoritarismo, ningún gobierno desde entonces ha pretendido suprimir esa conquista.
La izquierda, víctima por excelencia de todas las represiones, debe atesorar esa conquista y aun dentro del sistema imperante, sin renunciar a sus objetivos socialistas, seguir la brega por demandas políticas democráticas para ampliar y mejorar el espacio alcanzado, sin olvidar la sentencia aquella de que el combate por la revolución y el socialismo es inseparable de la lucha por la democracia.