Maribel Pujols Lluberes tenía 44 años. Su pelo, teñido de rubio. Viajaba con sus documentos dominicanos, para que no la agarraran como si fuera nadie. Sería una “ilegal”, pero no por eso dejaba de ser gente. En la mitad de noviembre de 2016 su meta fue llegar a Chile. El país más al sur de América se había convertido en su “sueño americano”. Viajaba con el poco abrigo que tenía… Allá en su natal Dominicana no se estila pasar frío ni se tienen ropas gruesas.
Maribel no pudo. No le dieron las fuerzas. Hizo todo por lograr su sueño. Cruzaba sin visa, sin permiso, oculta en la noche, por el inmenso desierto en la frontera de Chile con Bolivia, en pleno altiplano. Un trabajo para mantenerse y mandar dinero a los suyos, era lo único que anhelaba. Pero sus pies solo soportaron llegar hasta al municipio de Colchane. Cuando las piernas no pueden y se vencen, o te pierdes en el camino, en el desierto del altiplano te mata el frío.
Así le pasó a Maribel. Se supo este sábado 19 de noviembre. El frío la mató. Como mató también a Caridad Natera Soriano, otra dominicana “ilegal”, que tenía unos añitos más, 49, y hace un mes su cuerpo yace en el Servicio Médico Legal, allá en el norte de Chile.
Surgen las preguntas.
¿Quién se acordará de Maribel? ¿Quién se acordará de Caridad? ¿De qué parte del crecimiento económico extraordinario de República Dominicana se sacan las cuentas para explicar que murieran así, abandonadas a su suerte? ¿Quién pagará la repatriación de sus cuerpos? ¿Acaso alguno de los que llenan páginas de periódicos defendiendo “la nación” y advirtiendo la “amenaza haitiana”? No fueron haitianos sino el olvido y la miseria los que mataron a Maribel y Caridad.
¿Quién le rinde homenajes a Lucrecia López Matos, la dominicana que murió hace exactamente 24 años en España, donde había llegado apenitas un mes antes… el primer crimen que ese país admitió oficialmente como asesinato xenofóbico?
¿Quién rinde tributos y discursos incendiarios por los 1.468.542 de dominicanos que ya en 2008 habían salido a Estados Unidos, verdaderos exiliados económicos y sociales, tercera fuente de divisas de la “vigorosa” economía nacional, de la patria cuyo “peligro” está en los “vecinos del oeste”? ¿Quién hace una reverencia por los 25.724 dominicanos hechos presos por la Guardia Costera de Estados Unidos, tratando de llegar por mar a Puerto Rico entre 1983 y 2004? ¿Quién va al Altar de la Patria o al malecón a echar flores por los miles y miles, incontables, que han muerto ahogados o comidos por tiburones en el intento, después de infructuosas filas “buscando visa para un sueño”? ¿Quién, además de Juan Luis Guerra, le canta a las “Elena” muertas intentando sobrevivir en la soledad y el desamparo de la migración desesperada? Tal vez solo Joan Manuel Serrat, ahora que su “Mediterráneo” es un himno a los miles que mueren en el mar.
¿Quién de los que rasgan vestiduras por la “defensa de la nacionalidad” se entristece aunque sea un poco por Juan Alcántara, aquel joven dominicano que murió de un bombazo en Irak, donde fue a invadir con armas y uniforme de Estados Unidos para ser bendecido con “la ciudadanía”, convertirse en policía y darle un futuro a su hijita Yelayni?
Los que se hacen famosos todos los días con “defender la nación” del enemigo externo, no le hacen caso al poeta nacional, Pedro Mir, cuando advirtió que la amenaza verdadera y poderosa la tenemos en casa, en el inmenso sufrimiento que la injusticia ha sembrado para las mayorías que tratan de escapar de mil formas: “Sencillamente triste y oprimido. Sinceramente agreste y despoblado. Este es un país que no merece el nombre de país. Sino de tumba, féretro, hueco o sepultura”. Sobre esa sepultura que dijo Mir ellos apenas proponen un muro, un alambrado que la adorne un poco más. Tal vez le añadan lucecitas de colores.
Los alambres y los muros se levantan, sin embargo, contra nosotros. Con la misma vara que mides, serás medido. Frente a los migrantes dominicanos, hemos sabido lo que dijo en 2006 el señor Jeff Sessions, puro “defensor de la nación estadounidense” y nada menos que el Fiscal General que el “nacionalista” Trump ha propuesto al país. Esto fue lo que afirmó: «Casi nadie de la República Dominicana viene a Estados Unidos porque tiene alguna habilidad que nos beneficia y que indique sus probabilidades de tener éxito en esta sociedad. Ellos vienen porque algún familiar califica [para pedirlos] como ciudadano o residente. Ellos están creando falsos documentos para aparentar que son familia o esposos y que están casados cuando en realidad no lo son».
Los supuestos “defensores de la nación” dominicana, no se quedan atrás: mientras Maribel muere, beben de la fuente del miedo y rechazo al inmigrante convertido en racismo, cultivado por figuras como Franciso J. Peynado, quien en 1909 propuso al presidente dominicano: “oponer una barrera de gente blanca, sana y laboriosa, a la invasión paulatina de los haitianos”. Con la misma vara que medimos, seremos medidos.
Maribel Pujols salió huyendo de un desierto para ver apagarse la luz en otro igual, aunque tan lejano como gélido. Sería bueno para todos vernos en el espejo de Maribel para saber que, como casi todos los pueblos del mundo, nuestros hombres y mujeres viven y padecen en el sufrimiento cotidiano, para el cual la migración, de la forma en que sea, resulta ser una escapatoria imaginable. Aunque pueda costar la muerte. Así de grande es la angustia. No habrá muro, océano ni desierto que frene a pueblos sometidos al hambre y el calvario. Aunque los que no tienen soluciones a la tragedia humana, no tengan otra cosa que ofrecer y de vez en cuando se ganen unos cuantos aplausos. O hasta más, tratándose de Trujillo, Balaguer o de sus nuevos parientes políticos en Estados Unidos.
Matías Bosch Carcuro
@boschlibertario en Twitter
«Ninguna cosa o institución puede transformar el mundo. Sólo la transformación de los seres humanos y sus relaciones puede lograrlo»