Es saludable que en sociedades democráticas ocurran debates en la prensa o medios y redes digitales sobre temas que afectan e interesan a los ciudadanos.
Por ejemplo, a raíz del rotundo fracaso de la gerencia de Punta Catalina, este lunes hubo sesudos artículos por expertos del calibre de su exadministrador Jaime Aristy, los economistas Magín Díaz y Andrés Dauhajre, el político Ángel Lockward y otros.
Cada uno expone distintos puntos de vista y quienes disienten tienen la oportunidad de refutar o tratar de convencer de lo contrario.
Sin embargo, la costumbre más dañina al debate es la inveterada propensión de descalificar al contrario arguyendo que se trata de una opinión pagada por algún interesado.
Esta pobreza argumental, curiosamente, la manifiestan mayormente analfabetas prácticos según como escriben en redes o malevos que también son proclives a emular a María Ramos, la que tira la piedra y esconde la mano.
Afortunadamente la obra y trayectoria de vida de cada cual avala su pensamiento. Es penoso que insultar y mentir sustituyan la conversación edificante.