La desaparición física de Marcio Veloz Maggiolo, nos llena de pesar. No diría la verdad si expresara que estaba entre sus próximos o cercanos.
Su recuerdo se mantiene vivo en mi memoria tanto por su obra como por contados encuentros que sostuvimos de forma accidental. Uno se pregunta cuántas personas simples o de gran valía nos arrebatarán estos tiempos tan oscuros y desoladores. Porque son muchos.
Meses atrás, recibí varias llamadas que se registraban como provenientes del teléfono de Maggiolo. Nadie hablaba. Procedía a devolver la llamada, levantaban el auricular y permanecían en silencio.
El hecho se produjo en numerosas ocasiones. Preocupado por las implicaciones, solicité a un poeta amigo que tratara de localizar al escritor y le cuestionara. Tras verlo me informó que “no parecía estar muy saludable”.
Meses atrás le llamé y su esposa Norma, que aún vivía, fue quien tomó el teléfono. Mi propósito era darle el pésame por la muerte trágica de uno de sus hijos. La dama tomó el mensaje y me dio las gracias. No lo puso al teléfono.
En otra ocasión fui invitado a un evento a celebrarse en el Teatro Nacional. Los ascensores estaban dañados. Al subir las escaleras encontré a Marcio recostado de una pared, a unos seis o siete peldaños de la entrada. Estaba aferrado a un bastón. Lo saludé. Miraba hacia abajo.
Dos años atrás, nos encontramos en un conversatorio con el escritor Mario Vargas Llosa en la Fundación Global. Marcio se apoyaba en un pequeño muro situado en la parte exterior del edificio. Me dijo que esperaba ser llamado para un diálogo con el doctor Fernández. Me habló, entonces, de mi última novela de esos entonces (era el año 2014), “La manipulación de los espejos”.
“Solo por esa novela deberían darte el Premio Nacional de Literatura”, fueron sus palabras. Aún no recibía el galardón. Me adelantó que pensaba escribir un artículo sobre sus impresiones e implicaciones del texto. Presumo que no lo hizo por sus crecientes problemas de su salud.
Creo que una de las razones por las que la novela pareció complacerle era porque de alguna forma utilizaba escenarios de barrios colindantes con Villa Francisca, donde él creó todo un universo de situaciones y personajes.
En el capítulo 23 de “La manipulación”, por ejemplo, se describe a San Carlos como un barrio de calles angostas y “casas amuralladas inverosímiles, aunque amables y acogedoras”.
“El predominio del azul del cielo en sus fachadas de madera de pino a veces y de hormigón casi siempre. Los pequeños balcones atestados de rosas, amables ornamentos del ambiente, discretamente vertidos hacia aceras muy pulcras”.
Buenaventura Terrero, un comunicador, vive en el lugar una extraordinaria experiencia de la que solo podemos citar contadas palabras: “Caminó sin prisa.
Al llegar a la próxima cuadra, vislumbró niños que se solazaban en un ámbito de arbustos y sombras. Corría una brisa nerviosa que se escurría por los espacios angostos. Se preguntó, entonces, dónde se encontraba. Porque conocía el barrio desde niño.
“Junto a su madre visitó muchas veces su iglesia, una estructura clásica de color blanco cuyo perfil en ascenso se orientaba al infinito.
Había sido edificada en la parte más alta de un parque sellado con adoquines color barro, de multicolores algarrobos y formidables javillas y asientos de metal, dispersas y abundantes farolas coloniales y una fuente de aguas transparentes alrededor de la cual personas ancianas contemplaban la vida transcurrir, conversando, fumando, jugando baraja y dominó”.
“Recordó que un amigo, le había susurrado al oído un insólito secreto: el barrio era un lugar conocido por pocos.
Si quieres alcanzar su corazón, tocar su alma, debes penetrar a sus calles sin impacientarte, provisto de una calma inconmovible. Cuando menos lo aguardes, el secreto te será revelado.
En cualquier recodo, la magia acudirá a tu encuentro”.
Desde hace mucho vengo abogando por la creación de un mecanismo institucional que proteja a nuestros escritores. He manifestado expresamente que quienes han obtenido el Premio Nacional de Literatura deben contar con un respaldo para evitarles situaciones degradantes.
En una ocasión, envié una misiva a un ex presidente que, incluso, se rehusó a recibirla. Esperemos, porque desconocemos los detalles, que los últimos años de vida de Marcio Veloz Maggiolo hayan sido apacibles y satisfactorios, a diferencia de muchos hombres de letras que han fallecido de forma sumamente amarga y dolorosa.