Desde siempre se ha pensado que los gastos incidentales de la llamada “Marcha Verde” son cubiertos no solo por el empresariado, como se ha dicho varias veces, sino además por ciertas organizaciones locales y foráneas apegadas a determinadas agendas en las cuales el interés dominicano brilla casi siempre por su ausencia.
Lo importante de la Marcha Verde es su compromiso de resucitar la denuncia y la lucha contra la corrupción y la impunidad, dos flagelos que se aceraron después de la muerte de Trujillo y que han impedido al país el paso a la vida democrática plena.
Pero es claro que la denuncia y la lucha a cargo de la Marcha Verde no han sido todo lo integral que el país necesita, puesto que dicha entidad se ha limitado más bien a los casos Odebrecht y Tucanos y olvida que por lo menos otra corrupción, tan nociva como esas, aunque mucho más vieja y enfermiza, es la que se siembra, se cultiva y se cosecha diariamente en la frontera dominico/haitiana.
Esa otra corrupción ha estado impune por casi 60 años y de ella se han derivado fortunas tan cuantiosas que resultan verdaderamente obscenas.
Ello significa que la diligente invasión con que los vecinos occidentales han estado ocupando a RD, se apoya básicamente en la práctica activa y perenne de corrupción e impunidad. Y esto es de conocimiento, puesto que no lo han negado ni siquiera quienes se benefician de ello; al contrario, lo destacan como muestra de sus grandes, aunque indecorosas, habilidades personales.
Sin embargo, hay líderes de Marcha Verde que insisten en no incluir en el programa de acción y denuncias de su entidad la lucha contra la corrupción que le da sostén a la invasión haitiana.
Alegan que esa inclusión es buscada por el gobierno para debilitar el combate del caso Odebrecht, lo cual no me parece lógico, puesto que la denuncia de la corrupción migratoria lo que haría sería sumar otro caso contra el Gobierno y mal podría este propiciar o inducir un ataque semejante.
En donde parece que radica la negativa de dichos líderes a denunciar la invasión es en su eventual compromiso con organizaciones contrarias a los intereses dominicanos pues, de denunciar y combatir dicha invasión, los planes de esas entidades resultarían involuntariamente dañados por ellos que son quienes se supone estaban para servirlos. Está claro, ¿no?
Ojalá el Creador ponga su sabia mano sobre la cabeza de esos escasos líderes y les recuerde que ellos son dominicanos, no haitianos, y que, aunque fuesen haitianos, la decencia les impone lealtad y respeto a sus hermanos.