Es muy raro oírle decir a un gran y famoso novelista no haber leído la zaga novelística “La búsqueda del tiempo perdido”, de Marcel Proust. Casi todos confiesan –y profesan – una gran veneración por Proust.
Álvaro Mutis decía que lo releía todos los años. José Luis Rivas, traductor y poeta mexicano, me confesó que cuando fue secretario del gran escritor Juan García Ponce, éste le relató –o recitó- cada tomo de los siete, desde el principio hasta el final.
Como se ve, un novelista que muere sin leer esta monumental obra novelesca comete un pecado capital de lesa literatura, como el autor hispánico que muere sin leer “El Quijote”.
Lo mismo no sucede con el poeta, quien podría leerlo, mas no comete el mismo pecado, pues no cultiva el género novelístico.
De ahí que la lectura de esta magna obra constituye un imperativo ético-literario de la conciencia moral de los novelistas.
Esta reflexión viene a cuento en relación al novelista dominicano. ¿Cuántos y cuáles han acometido la empresa de leer “La búsqueda del tiempo perdido”?
¿Es posible crear una tradición novelística y escribir una magna novela cometiendo el pecado de escribir y publicar novelas tras novelas sin leer a Proust?
Si hay un maestro de la novelística contemporánea ese es Proust, desde luego, junto a Kafka y a Joyce ¿Por qué el novelista dominicano no hace un alto en su conciencia de autor, se retira al bosque y se lleva consigo los siete volúmenes y los lee, al menos uno cada semana?
En un mes y tres semanas su meta estaría cumplida, y libre de pecado. Solo bastaría un plan de lectura, que bien podría incluso residir en leer un tomo cada mes.
En siete meses la tarea estaría realizada. Leer el primer tomo es, desde ya, una lección de psicología humana y de filosofía.
Acaso en la no lectura de esta enciclopedia de la imaginación novelesca resida la anemia y el estreñimiento de nuestra novelística. Perdonen mi osadía y mi ingenuidad o mi “superstición ética de lector” –como diría Borges.
Su primera frase es mágica y sencilla: posee un tono narrativo preciso, y es acaso una de las frases más exitosas de un novelista y una de las más citadas y parodiadas: “Durante mucho tiempo, me acosté temprano”.
Quizás esta frase –o íncipit- le estimule a empezar la travesía, esa aventura de lectura, de una zaga narrativa en la que Proust viajó hasta el límite de su pasado, explorando en su memoria, como materia suprema de ficción, tras la búsqueda de su tiempo vital, mediante la técnica de la “memoria involuntaria”, tan cara al filósofo Henri Bergson, de quien el novelista tiene una deuda inconmensurable.
La trascendencia de esta obra maestra de la ficción novelesca es inmensa.
Sin embargo, muchos olvidan que el gran escritor André Gide, cuando dirigía la editorial Gallimard, y recibió el manuscrito del primer tomo, la tiró al cesto de la basura. Cuando Proust moría, Gide fue a pedirle perdón. “Le reste est histoire”.