Sorprende poco que según Transparencia Internacional nuestro país es percibido como uno de los más corruptos del mundo.
De 180 países, sólo 43 son peores que nosotros en materia de ilicitudes administrativas. Sin embargo, dado que estos puntajes resultan de data aportada por entidades de los propios países y aquí se trata de Participación Ciudadana, no es ocioso albergar la esperanza de que en los próximos años “mejoraremos”, independientemente de éxitos o fracasos del Ministerio Público procesando a inculpados por corrupción.
En América Latina, sólo Venezuela, Haití, Nicaragua, Honduras, Guatemala y Paraguay lucen ser más corruptos.
Lo extraño es que esos países son, casi todos, gobernados por regímenes anti-empresariales o con políticas estatistas asociadas a la corrupción, mientras República Dominicana ha brillado por atraer inversión foránea directa y un clima de negocios favorable a la libre empresa.
Quizás la impunidad es un problema mayor que cuánta corrupción realmente existe. También la falta de consecuencias sociales, como cuando dan más credibilidad al inculpado sobornador de Odebrecht que al Procurador que lo encartó.