En estos días en que se ha retomado el tema de la profunda crisis moral que sacude al periodismo dominicano, resulta interesante reflexionar acerca del ejercicio de esa profesión.
La reflexión resulta necesaria a pesar de que ni siquiera los liderazgos ni las instituciones que deberían ser dolientes de un periodismo ético de calidad se atreven a ponerlo en agenda.
La verdad es que sin una prensa capaz y responsable se puede considerar la existencia de democracia sólida. Ya lo afirmó hace tiempo el escritor y poeta danés Hans Christian Andersen que “la prensa es la artillería de la libertad”.
En República Dominicana, desafortunadamente, andamos por mal camino en materia del ejercicio del periodismo. Y para comenzar, hoy ni siquiera se sabe quién es periodista.
Los medios de comunicación y las plataformas digitales están plagadas de usurpadores, de gente que nunca ha pisado una escuela universitaria de comunicación social; tampoco una sala en la que se redactan noticias.
Una situación peor está en profesionales que sí siendo periodistas se han acomodado al confort que ofrece el poder. Los que permanecen en los medios han cambiado sus críticas de ayer por el silencio cómplice de hoy. Aparentemente desconocen que la crítica documentada al poder es consustancial a la prensa, porque son las esferas del poder a las que hay que controlar para evitar excesos que degeneran en injusticias sociales.
Otros han optado por el retiro temporal, bajo disímiles argumentos. Quizá por una cuestión deontológica o sentirse avergonzados.
Aunque no la totalidad de los otrora críticos, buena parte disfruta de los beneficios que reporta la nómina pública o la publicidad estatal, lo que no tiene nada de pecaminoso. Lo que se cuestiona es la incoherencia de pensamiento.
Veo con tristeza el panorama, debido a que el poder ha hecho que personas buenas hayan girado 360 grados en sus responsabilidades profesionales.
Siempre recuerdo, a modo de reflexión, las palabras del periodista, poeta y narrador polaco Ryszard Kapuscinski: “Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos; las malas personas no pueden ser periodistas. Si se es buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias”.
Sé perfectamente que el ejercicio del periodismo resulta una tarea difícil en el apogeo de los denominados “influencers”, algunos de los cuales gozan de un protagonismo casi ilimitado.
Existe, sin embargo, marcada diferenciación entre un “influencer” y un periodista. El primero puede surgir de la nada y cuyo objetivo es que sus contenidos reciban “likes”, sin importarle la verdad de las cosas; mientras que, para el segundo, la búsqueda permanente de la verdad será su norte en el ejercicio de la profesión.
Dentro de sus tareas cotidianas figuran las de descubrir e investigar temas de interés público, contrastarlos, sintetizarlos, jerarquizarlos y difundirlos.
El periodista debe regirse por una serie de principios y se auxilia de técnicas adquiridas a lo largo de sus estudios profesionales. Y en un contexto en que las tecnologías de información y la comunicación han impactado significativamente en la profesión, se estima que un buen periodista es aquel que consigue información relevante y exacta en el menor tiempo posible.
Una buena persona ejerciendo el periodismo representa mucho para cualquier sociedad que aspire a la justicia social y sobreponerse ante los problemas.
He ahí mi preocupación de ver incrementarse el número de malas personas ejerciendo el periodismo, pero que ahora son incapaces de llamar pan al pan y vino al vino.
La deontología periodística debe servir para algo.