La salud de las democracias puede medirse por la calidad de las críticas de la oposición y la prensa. Veamos un ejemplo: la crónica de ayer en un excelente diario, que refiero por reciente aunque ocurre igualmente en otros medios, cuyo titular parece una opinión editorial.
Generaliza alegando que los servicios públicos han caído en crisis durante este gobierno. Invoca “quejas” porque al menos once servicios que eran medianamente buenos se han convertido en un caos.
Sin fundamentar la tremenda imputación, a seguidas cita que a unos empleados de la Opret los cancelaron y les adeudan sus prestaciones. Luego sigue una letanía de problemas del Metro, como una falla en marzo (¡hace tres meses!), una escalera y un aire acondicionado dañados.
Las críticas de la prensa son imprescindibles. Ayudan a que los gobiernos estén atentos a sus pifias. Empero, quizás son más efectivas cuando en vez de generalidades vagas o detalles anecdóticos circunstanciales, se basan en hechos, datos y análisis con mayor coherencia y credibilidad.
Sí, hay fallas; también grandes logros. Cuando el chucho es muy seguido, pasa lo que los psicólogos llaman una desensibilización sistemática, por exposición reiterada a cierta clase de gadejo. Es una pena, porque nadie gana. Tampoco —que sé que no es el caso— la mala leche se daña. Sirve para boruga.