La política dominicana ante los sucesos en Venezuela es preocupante. Es claro que debemos cuidarnos de cualquier apoyo a intervenciones foráneas cuyo precedente luego sirva para justificar intromisiones aquí previsibles por la inviabilidad haitiana.
Pero podemos invocar la Carta de la OEA, como hicimos ante el golpe contra Zelaya en Honduras, para reclamar a Maduro que permita a su país retomar la democracia y recuperar su paz y prosperidad.
Ante la ONU deberíamos invocar el “Ius Cogens” (el artículo 53 de la Convención de Viena sobre Derecho de Tratados lo define como las normas imperativas del derecho internacional), pues Venezuela está obligada a garantizar los derechos humanos y políticos de sus ciudadanos, flagrantemente aplastados por Maduro.
La hermandad entre los pueblos dominicano y venezolano está violentada cuando nosotros contemplamos pasivamente el deslizamiento político de la patria de Bolívar hacia el absolutismo.
Regímenes como Cuba, principal sostén táctico del chavismo, no consolidaron su hegemonía como cuando cae un rayo, sino tras la devastación de sucesivas tormentas. ¿Permitiremos semejante anacrónico horror sin inmutarnos?