Me pregunté recientemente por qué medios y guardianes del civismo atribuyen dizque inocentemente alguna calidad de creíbles a habituales pandilleros de los escuadrones de moral pública.
Algunos merecen el equivalente a un récord Guinness por demandas por difamación, tanto en rol de perpetradores como de alegadas víctimas.
Otros han inventado y perpetuado sus propios mimbares, torres de predicación en las mezquitas, desde cuyas alturas con altavoces mediáticos fulminan con rayos y centellas. Los periodistas, especialmente quienes escribimos columnas de opinión, frecuentemente abusamos del privilegio o licencia poética para criticarlo todo y las más de las veces nos equivocamos.
Es cuestión de promedio, un bateador de grandes ligas que llegue a primera tres de diez veces al bate es un fenómeno.
Pero prolifera otra fauna, casi todos abogados muy politizados, expertos en censurar a colegas que son casi siempre más competentes, honestos y transparentes que los denunciantes. Nunca pegan una estos impunes enanos morales a quienes vemos ejercer bullosa y perversamente como ayatolas de honras ajenas. Su avilantez da “esteriquitos”. ¡Mary bird!