Quizás pocas veces la suerte de gobiernos y políticos a través de toda América Latina ha estado tan dependiente del accidentado e incierto proceso interno de un solo país, como actualmente con las elecciones que Brasil celebrará dentro de cinco meses.
Con Lula cumpliendo sentencia de doce años por corrupción, su Partido de los Trabajadores enfrenta un enorme dilema: pese a liderar las encuestas con más del 30 %, la ley brasileña prohíbe a convictos por corrupción ser candidatos. Finis Lula.
Los social demócratas del recordado Henrique Cardoso, quien gobernó siete años hasta 2002, carecen de fuerza para superar al PT, aunque estos rehúsan renunciar la candidatura de Lula aun sea ilegal.
Un exministro izquierdista, Ciro Gomes, golosea el apoyo de Lula y podría colarse. Un expresidente de la Suprema Corte, Joaquín Barbosa, negro en un país de mulatos canelos, famoso y popular como chapulín anticorrupción, quizás sea candidato unitario. Pero cual sea el rumbo de Brasil, un Lula desgraciado, preso e impedido de volver es –para malandros— una pesadilla transcontinental…