El presidente Luis Abinader le habló al país el pasado día 18 desde las escalinatas del Palacio Nacional, un escenario novedoso.
Santo Domingo.-Un año en el gobierno es un período corto como para haber dejado una marca en la opinión pública, particularmente porque durante este tiempo la administración ha tenido que lidiar con una crisis de carácter internacional llamada a cambiar el mundo como lo cambió hace cien años la Gran Guerra: sin proponérselo, pero sin alternativas.
En menos tiempo que un año la administración de Juan Bosch, entre el 27 de febrero y el 25 de septiembre de 1963, forjó un perfil democrático y revolucionario que lo identificó hasta los días finales del siglo pasado, cuando su partido accedió al poder en 1996.
Entre aquella administración de siete meses y la de Luis Abinader, que acaba de celebrar con entusiasmo su primer año, el pueblo dominicano ha tenido otros 12 presidentes y algunos de ellos han dejado, sin proponérselo, una marca que los identifica en la memoria colectiva.
Un misterio
¿Por qué será recordada la administración del presidente Abinader? Es todavía un misterio, pero si hubiera que señalar una nota muy suya al cabo del primer año, pudiera ser la diligencia para conseguir los preparados propuestos por las grandes farmacéuticas para inmunizar contra el SARS-CoV-2, el microbio responsable de la pandemia y acaso por el empeño por librarse de las consecuencias económicas de la paralización y los estados de excepción.
Un partidario pudiera decir que por el enjuiciamiento de la corrupción, pero esto no es nuevo.
A pesar de todo
A la administración instalada tras el golpe a Bosch nadie la recuerda. A la de Francisco Caamaño tampoco y pocos saben que junto al gobierno del Coronel de Abril, como también se le conoció, existía el de Reconstrucción Nacional, encabezado por Antonio Imbert Barreras.
Y a pesar del papel que desempeñó y del servicio que le hizo a su patria, muchos de los que leen estas notas tendrán que acudir a algún medio para saber quién fue Héctor García Godoy y por qué fue presidente.
Lo ocurrido entre el 25 de septiembre de 1963 y el 1 de julio de 1966 ha caído en un recodo de los intereses del colectivo dominicano de hoy, que no se distingue por su disposición a dialogar con el pasado. Muchos de los que tienen motivos personales y generacionales para recordar este recodo de la historia reciente hoy son burgueses, gracias a Dios.
Al Joaquín Balaguer de los doce años consecutivos de gobierno se le recuerda por la represión y las grandes muertes a la sombra de las ideologías y la política y precisamente por esta razón se deja de ver las bases sentadas para el florecimiento de una clase media económica y profesional, las obras públicas y sociales que todavía son útiles y la creciente urbanización de la sociedad dominicana bajo sus gobiernos. Al Balaguer de los diez años, entre 1986 y 1996, se le sigue recordando por las grandes muertes del período entre 1966 y 1978 y por su afán patológico de poder.
Y a pesar de los desatinos económicos a los que tendría que hacerle frente el gobierno que le sucedió, a Silvestre Antonio Guzmán Fernández se le recuerda como el presidente que mandó al retiro a los sanguinarios militares de los doce años de Balaguer, y por las libertades públicas y políticas que permitió.
Jacobo Majluta Azar fue un presidente taponero, que asumió el mando por unos 40 días tras la muerte por propia mano de Guzmán, del que era vicepresidente.
Salvador Jorge Blanco tuvo que enfrentarse a la mala condición en la que recibió la economía, y para hacerlo no encontró camino mejor que el de pactar con el Fondo Monetario Internacional, que tenía unos 20 años fuera del país y carecía de referencias acerca del talante con el que la población podía recibir sus recetas.
Lo mismo se puede decir de la administración de Jorge Blanco, que es recordado como el presidente que masacró a la población en abril de 1984 y que al salir cayó preso por un expediente de corrupción.
Los nuevos
La administración 96-2000, encabezada por Leonel Fernández, conforme pasa el tiempo se queda sin sustento, tal vez por haber sido impulsada por dos antiguallas: Bosch y Balaguer. Es el presidente que hizo el Metro de Santo Domingo, pero esta obra es de su período de ocho años consecutivos, entre 2004 y 2012.
Si se le pregunta a él cuál ha sido su obra más importante acaso dirá que sentar las bases para la modernización del Estado dominicano, o la Constitución de 2010, pero la opinión pública es caprichosa.
A Hipólito Mejía le estalló en las manos una de las peores crisis bancarias que ha sufrido el pueblo dominicano. Cuando concluyó su período de gobierno había hecho lo que se tenía que hacer para enfrentarla, pero la opinión pública se había desencantado y le negó la reelección en los comicios de mayo del 2004 y todavía hoy prefiere recordarlo por sus chispeantes ocurrencias, como si no hubiera sido capaz de luchar contra la adversidad e introducido el sistema de producción bajo ambiente controlado, o invernaderos.
Danilo Medina tiene un año fuera del gobierno, en el que estuvo durante dos períodos consecutivos y hasta este momento se le recuerda como el artífice, junto a Leonel Fernández, de la división de su partido desde el poder, un hecho con dos precedentes igual de nefastos para los protagonistas en el mismo sector liberal: Jorge Blanco y Majluta en el período 82-86 del siglo pasado, y Mejía y Hatuey De Camps en el de 2000-04 de este siglo.
Hasta hoy la de Abinader sigue a la vista como una administración de ricos y el gobierno bajo estado de excepción. Le queda, sin embargo, mucho camino por recorrer y está por verse el final de la historia de la justicia independiente.
Tres momentos
—1— Festeja su año
El pasado día 18 un entusiasta Abinader habló al país desde las escalinatas de Palacio.
—2— El PLD responde
La respuesta del PLD al discurso del presidente llegó de su secretario general, Charlie Mariotti: Improvisa, incumple promesas, es insensible.
—3— Y Leonel
Desmonta lo económico, saluda la vacuna y objeta la reforma de la Carta: sopla y “rulle”.
Estado de excepción es una fórmula de control
Su base. Gobernar bajo el estado de emergencia otorga al Ejecutivo unas prerrogativas en el uso del poder o de la fuerza bruta del Estado que rondan los ideales dictatoriales.
Esta es la razón por la que el presidente debe contar con la aprobación del Congreso Nacional para su aplicación más allá de lo que permite la Constitución si las cámaras no están reunidas.
Se supone que la intervención del Poder Legislativo, el más democrático de los poderes, aligera la presión que se cierne sobre los gobernados bajo este mecanismo.
Está contenido en el artículo 262 y siguientes de la Carta Sustantiva, específicamente el 265 para el de emergencia, que es una de las excepciones. Este artículo acompaña al presidente desde el primer día.