Si bien parece un concepto del pasado, la lucha de clases tiene tanta vigencia hoy como hace cien años, quizás más aún.
La lucha de clases no es la lucha del pobre contra el rico, eso es lo que han querido hacernos creer. Pues no se refiere a las clases económicas, sino a las clases sociales. Estas clases están determinadas por su relación con los medios de producción: dueños y empleados.
Es así, para poner un ejemplo, que el gerente de una gran empresa y la señora que sirve el café, a pesar de pertenecer a clases económicas distintas, están en la misma clase social: ambos son empleados.
Tener claro esto ayuda a las clases sociales a solidarizarse entre sí para mejorar sus derechos y beneficios.
Cuando no se tiene claro, la clase trabajadora tiende a abusar de su propia clase en beneficio de la clase empresarial.
De esta manera, por ejemplo, el gerente de la empresa no vela por los derechos de sus trabajadores, sino por los beneficios de la empresa, y por ende, de los dueños de la empresa, sin darse cuenta que él también es un empleado y que al hacer eso está afilando cuchillo para su propia garganta.
La falta de conciencia de clase es lo que ha permitido que tengamos un sistema de salud sometido a los intereses de las ARS y que las pensiones sean una miseria, por citar sólo dos ejemplos.
Que este escrito sea una invitación a reflexionar sobre este tema, en especial a los miembros de la clase obrera, que si bien somos la inmensa mayoría, estamos desarticulados, sometidos a los intereses de una pequeña minoría que si sabe bien a que clase pertenece.