Ahora me ha cogido con ser poeta, pero quiero expresar esta reflexión, tomando el nicho de mi colega y amiga Ana Blanco.
Queremos y no queremos. El amor nos llega, tránsfugo, y lo dejamos partir sin apenas tocarlo. Se nos va.
Mi amiga Lady Reyes me dijo, hace años, que todos nos estamos protegiendo y nadie quiere querer para no salir lastimado, por eso tantas soledades encerradas en apartamentos, libros, trabajo y hacer cosas.
Arrastramos el pasado por años, las cadenas; metemos en el calabozo la felicidad. Los tormentos del corazón tienen fecha de caducidad, se la ponemos nosotros. No son eternos. Lo que crees que es la diana, no lo es; te replican la verdadera diana en el frente y no te atreves por temor.
Muy egoísta cargar solo dolores y no darnos la oportunidad. Hay que salir de la sombra y ejercer la luz. Dar el sí a lo que queremos, dejar dolor atrás y lanzarnos a la felicidad. Es simple, la vida trae etiqueta de vencimiento.
Nos quedamos estancados en el pasado y aspiramos llegar al horizonte de luz, pero somos incapaces de dejar en el sofá la capa de plomo que nos conduce a ella, o bien cerrar definitivamente y dar la vuelta. Es un dilema difícil. Pero nos quedamos atrapados en lo que queremos y el qué dirán la familia, los amigos, la sociedad, porque errores pasados marcaron huellas profundas que negamos taparlas con la tierra del perdón.
Así quedamos truncados en el camino. Solos. Marchamos entre una relación y otra, insatisfechos siempre porque lo que queremos está en otro lado. Nos resistimos a caminar hacia lo que da felicidad, redimidos y perdonados los errores del pasado por el crecimiento que sepulta las malas pisadas. No sé, es algo hasta sin sentido privarse de ver el arcoíris por no abrir la puerta y poner ojo en sus bellos colores.