Dida Saab estaba grabando un video desde el balcón de su apartamento en Beirut cuando escuchó una explosión, la noche del jueves 10 de octubre.
Dida Saab estaba haciendo un video desde su apartamento para mostrarme la vista que ha tenido de los bombardeos israelíes sobre Beirut, cuando de pronto me envió un audio por WhatsApp:
«Está pasando un F-16 sobre nosotros ahora. Dios mío, algo va a explotar».
Sin darme tiempo a responder, de inmediato mandó un video:
«¡Algo explotó, algo explotó! No sé dónde. Sagrado corazón», exclamó mientras la cámara se movía detrás de una columna de cemento. Un eco profundo retumbaba tras el cielo nublado, sobre algunos edificios iluminados y otros en penumbra.
«Déjame buscarlo», añadió al final del video. Supuse que se refería a algún indicio que le ayudara a entender qué había ocurrido. Eran las 7:45 de la noche en Beirut.
Dida Saab es venezolana, tiene ciudadanía mexicana y emigró a Líbano hace 15 años.
Desde el balcón de su apartamento ha visto varias explosiones durante el último mes, incluida la que mató a Hassan Nasrallah, el máximo líder del partido islamista Hezbolá, a finales de septiembre.
Las explosiones en la capital libanesa comenzaron tras el estallido de miles de beepers y walkie-talkies entre el 17 y 18 de septiembre en Líbano, un ataque inédito que causó 39 muertos y más de 3.000 heridos, y que Nasrallah definió como una «declaración de guerra» por parte de Israel.
La ofensiva israelí contra Líbano ha provocado al menos 2.141 muertos y 10.099 heridos, según el Ministerio de Salud libanés, mientras que la Organización Internacional para las Migraciones se prepara para asistir a 400.000 desplazados por el conflicto.
Ventanas abiertas o cerradas
Cuando estalló el puerto de Beirut, en agosto de 2020, las ventanas de la casa de Saab estaban abiertas. Aunque la onda expansiva atravesó su apartamento, los vidrios no reventaron porque quedaron resguardados por las paredes.
Saab adoptó la costumbre de dejar las ventanas abiertas, hasta que surgió «el ruido ensordecedor» de un dron que desde hace varias semanas sobrevuela Beirut, o al menos su barrio, todos los días.
Ella les preguntó a las autoridades locales si el dron pertenecía a Hezbolá y respondieron que era israelí. Al indagar cómo se podía detener aquella situación, un funcionario dijo: «No podemos eliminar ese dron porque implicaría una revancha de guerra».
«Parte de nuestro día a día es escuchar ese dron, que está pasando más abajo de lo normal, y que nos está recordando: ‘Aquí está un estado que cuando quiera te va a atacar'».
Desde hace al menos tres meses, Saab cuenta que en Beirut se escuchan «bombas de sonido», estallidos que parecen reales aunque no lo son.
«Cuando hay una bomba, ya sabes a qué lugares de la casa ir porque la construcción es más firme», explica.
«Enciendes el televisor o te vas a las redes, para saber por dónde fue y comprobar que todos están bien».
Aquella noche en la que grababa el video, el jueves 10 de octubre, confirmó en un reporte de televisión que hubo un ataque en el centro de Beirut. 11 personas murieron y 48 resultaron heridas, informó el equipo de la BBC en Medio Oriente.
A pesar de las amenazas, decidió quedarse en Beirut. «Los libaneses tienen una piel de cocodrilo que se contagia. Creo que me han contagiado esa resistencia y no estoy dispuesta a marcharme».
La profe Kadi
La semana pasada, Saab corrió a buscar a su madre después de un bombardeo en Choueifat, el suburbio donde vivía a 12 kilómetros de Beirut.
La madre de Saab tiene 93 años y camina con bastón. Aunque sus hijos lograron sacarla del apartamento sin ayuda de rescatistas, prefirieron mudar todas sus pertenencias antes de correr el riesgo de que cayera otra bomba.
Primero la llevaron a casa de uno de sus hijos en el municipio Aley en Monte Líbano, una montaña más distante, 21 kilómetros al sur de Beirut. Pero en menos de dos semanas, otro bombardeo los obligó a trasladarla de nuevo, esta vez al municipio de Baabda, en una zona más alejada de Monte Líbano.
«Es un tramo muy pesado para ella. A esa edad todo le duele».
La madre de Saab emigró desde Líbano a Venezuela cuando tenía 24 años. Y regresó a Beirut cuatro décadas después, a los 64. Aunque su nombre completo es Maha Bualuan Kadi, sus alumnos en Caracas la conocían como «la profe de inglés Maha Kadi».
La profe Kadi también vivió en Perú y visitaba a su hija Dida en México cuando emigró de Venezuela por primera vez, a mediados de la década de 1990. Hablar árabe, francés, inglés y español no solo le permitió viajar, sino también trabajar durante su larga historia migratoria.
Aunque ahora toda la familia vive en Líbano, Saab y sus parientes solo se reúnen cuando es necesario.
«La vida no es la misma de antes, ya no vamos a tomar café. Ahora me desplazo únicamente para cualquier cosa que tenga que ver con mi mamá o mis hermanos».
Los familiares que vivían en Choueifat y Monte Líbano se vieron obligados a abandonar sus hogares.
Durante las últimas semanas, Beirut ha recibido a miles de desplazados que escapan de los bombardeos en el sur de Líbano, especialmente desde las localidades cercanas a la frontera con Israel.
«Ha llegado mucha gente a Beirut sin tener un lugar donde quedarse. Hemos visto la desesperación de los desplazados por conseguir colchones porque no tienen donde dormir. La gente se queda en los parques con una cobija en cualquier lado, donde haya un árbol».
Volver al pueblo
Sawsan Jammaz, una venezolana de 28 años, tomó la decisión contraria a miles de libaneses que huyen desde el sur hacia la capital: abandonó su apartamento en Beirut para regresar a Chouyac, el pueblo donde viven sus padres en el sur de Líbano.
«Me vine al pueblo, no por el miedo a los ataques, sino por el riesgo de que los bombardeos a la carretera Hermes, que nos comunica con Beirut, me impidieran volver a estar con mi familia», explica en una llamada telefónica.
Jammaz y sus padres, también venezolanos, emigraron a Líbano en 2017, en medio de una crisis política que originó violentas protestas contra el gobierno de Nicolás Maduro.
Al llegar al sur de Líbano, compraron tierras para dedicarse a la siembra y se instalaron en Chouyac.
Desde la casa familiar, que queda a 20 kilómetros de la frontera con Israel, cada noche no solo escuchan las bombas. También el intercambio de disparos entre Hezbolá y las fuerzas israelíes.
Sus padres cultivan aceitunas, uvas e higos. Sin embargo, las bombas han quemado parte de los sembradíos de aceitunas y ni siquiera pueden acercarse a la zona porque pueden ser confundidos con combatientes de Hezbolá.
«Lo que quieren es que les dejemos la tierra libre, que abandonemos nuestras vidas y no lo vamos a hacer. O vivimos juntos o morimos juntos», responde Jammaz a la pregunta de por qué ella y su familia se niegan a marcharse de una zona bajo asedio.
«Si no tengo nada que ocultar ni nada de qué arrepentirme y sé que no he hecho nada malo, ¿por qué tengo que irme de mi casa?».
Estados Unidos, aliado cercano de Israel, expresó preocupación por los ataques de las fuerzas israelíes en el sur de Líbano, que habrían afectado incluso a las brigadas de paz de Naciones Unidas que operan en el área.
Celebrar el cumpleaños
Jammaz tiene tres sobrinos: los mayores son mellizos y acaban de cumplir 10 años. El menor tiene 3. Todos viven en el pueblo.
Cuando los niños se sobresaltan por el sonido de las bombas, Jammaz intenta calmarlos. Enciende la tablet para que se distraigan. Desde que comenzaron los ataques no van a la escuela ni salen a pasear libremente.
«Ellos saben que está pasando algo malo. Cuando hay un ataque, los niños salen corriendo para ver si la bomba cayó cerca o lejos. En lugar de estar jugando al fútbol, mis sobrinos están viendo dónde caen las bombas».
El fin de semana que los mellizos estuvieron de cumpleaños, la familia afrontó un dilema: ¿cómo podían celebrar la fecha en medio de la muerte de los vecinos de otros pueblos que habían sido bombardeados?
«De pronto pensamos: ‘¡Son niños!’. Ya es suficiente que sientan que algo está mal, como para encima no hacerles un cumpleaños que les haga ilusión», cuenta Jammaz.
Finalmente, invitaron a cinco amigos y cantaron el cumpleaños con velas y una torta. «En un momento de silencio, uno de los niños preguntó dónde estaban atacando y todos empezaron a dar nombres de lugares en Líbano».
A pesar de las bombas y los tiroteos, Jammaz descarta abandonar el sur, ni siquiera para regresar a Beirut. «No quiero que me pase nada lejos de mi familia«.