Los Ramasecas

Los Ramasecas

Los Ramasecas

Vladimir Tatis Pérez

Creo que ya es hora de que te quites ese trapo de la boca, no sirve para nada”.
Del blog “El Rincón Rozas de David rozas Genzor.

Soy verde. Soy asquerosamente verde. Soy el ser humano más verde que conozco. Lo único que tengo es exceso de coloración verdosa en todo el cuerpo. Tengo los dedos verdes. Las pestañas verdes. Mis ojos son verdes. (¿Puedes imaginar los ojos de un tipo tan verde como yo?) Tengo pigmentos de más. Deslumbro de tan verde que soy. Mis labios dan asco a los que me miran. Soy la mezcla de todos los azules y amarillos que han manchado este mundo. Soy de los que los sincolor y los ramasecas ven por las calles y le gritan: “¡Verde!”

Te das cuenta que eres asquerosamente verde el día que los niños comienzan a señalarte y a esconderse entre las piernas de sus padres, cuando las señoras, a tus pasos, se abrazan a sus bolsos y se echan a un lado (las pobres, se creen que los voy a manchar), cuando las madres abrazan a sus hijos si te ven llegar. Cuando señalan los letreros de “nos reservamos el derecho de admisión” al verte. Cuando algunos jóvenes groseros te tiran piedras a voces de: ¡Verde de mierda, vete a tu tierra!

La primera vez casi amarilleo de terror al ver mi reflejo tan verdoso. Tienen razón. ¿Cómo se puede ser tan asquerosamente verde en la vida? Quise unirme al coro, gritar: ¡Verde, vuelve a tu tierra! Y odié a mis padres. Porque si soy el ser humano más verde que conozco es solo culpa de ellos. ¿A quién se le ocurre mezclarse con un azul siendo asquerosamente amarillo?

En un momento me escondí del sol y me le entregué a la noche, pero el verdor me brotaba y los sincolor horrorizados continuaban gritándome, apartándose, señalándome, diciendo: “¡Mira, es verde!” Hace mucho que no puedo dar más de veinte pasos sin que me griten: “¡Verde, vete a tu tierra!”, pero no tengo más remedio que bajar la cabeza sin hacerle caso.

Hasta los verdes que no quieren ser verdes y muchos que no son verdes, pero tampoco sincolor, se echan a un lado para gritarme a la distancia: “¡Vete a tu tierra!”

Lo malo de ser verde es que hay cosas que no se puede hacer. Ayudar a la gente, por ejemplo. En los andenes del metro me coloco en los lugares más verdes, para camuflarme, pero sigo siendo verde y te encuentra con gente sincolor y ramasecas que se piensan que pueden mirarte como a ellos les da la gana. Por eso aprovecho los momentos que menos ramasecas entran al metro para viajar. Pues un día estando camuflado en una esquina del andén una señora se puso a coquetearme, no sé lo que quería ni cómo me vio.

¿Crees que se puede ser Lolita a los ochenta? Pues esa lo era, con ochenta años, no menos. Empecé a sonreírle porque me hacía gracia que hubiera alguien que no le diera asco un verde como yo. Se asomó el tren y ella trató de levantarse. Cuando la fui a ayudar, me miró y me dijo con desdén: “¡Yo puedo sola! ¡No necesito la ayuda de ningún puto verde!” Me sentí el verde más verde de la historia. Entonces la vieja más vieja y coqueta que yo había visto en mi vida se levantó moviendo todos sus asquerosos huesos y empezó a caminar como si de una modelo se tratara. Al quinto paso se le enredaron los pies y cayó al suelo como una asquerosa plasta de mierda. Y yo olvidé mi verdor y me bajé a ayudarle.

El tren llegó. Se abrió la puerta. Desde el vagón alguien gritó: “¡Un verde! ¡Pobre señora! ¡Ayúdenla! ¡Corre que es un verde!”, gritó otro horrorizado. Gritaron, amenazaron, lloraron. Ya todos salían y recordé que soy verde. Que soy asquerosamente verde. Que soy el ser humano más verde que conozco. Que soy el verde más veloz que conozco. Recogí color y corrí tan veloz que ninguno se le ocurrió pensar que podrían atrapar a un verde corriendo. Miré hacia atrás sin dejar de correr para confirmar que no me seguían y me introduje en la profundidad del túnel del tren. Un silencio profundo me turbó y busqué aire para recuperar mi verdor. Cerré los ojos. Escuché otra respiración. Sorprendido confirmé que tenía al frente mío a un rojo. Cuando le pregunté por qué se había escondido, me dijo: “Porque soy rojo. ¿No ves? Soy asquerosamente rojo. Soy el ser humano más rojo que conozco”.

Y de verde lloré. Salí de mi oscuridad brotándome verdor por los poros. Con la luz del sol mi coloración se intensificó y con apremios dejé libres mis brotes porque no hay nada peor que la tierra se llene de rojos.