En el liderazgo ministerial de la Iglesia Católica Romana la “juventud” se prolonga hasta casi los 70 años de edad, siempre que se cuente con lucidez y buena salud física. Un buen ejemplo es el nuevo Arzobispo de Madrid, que recién se anunció que también será Cardenal, Mons. José Cobo Cano, nacido en 1965, y por tanto un jovencito para ese posición clave en el episcopado iberoamericano.
Mi alegría fue inmensa cuando recibí la noticia de que los obispos de mi generación habían sido escogidos para dirigir la Conferencia Episcopal Dominicana, me refiero a Héctor Rafael Rodríguez Rodríguez (1961) presidente, Jesús Castro Marte (1966) vicepresidente, Ramón Alfredo de la Cruz Baldera (1961) representando a la Provincia Eclesiástica del Norte, Andrés Napoleón Romero Cárdenas (1967) representando a la Provincia Eclesiástica del Sur, y Faustino Burgos Brisman (1960) como Secretario General. A todos los conozco de cerca y en algunos casos hemos compartido las aulas, como estudiantes o como colegas docentes.
Este liderazgo episcopal pasa la página de lo que fue un ciclo que comenzó con la escogencia de Nicolás de Jesús López Rodríguez como Arzobispo de Santo Domingo en 1981, cuyo liderazgo literalmente marcó la vida de la iglesia dominicana durante poco más de 30 años y que tuvo una transición hacia el presente bajo la influencia de Freddy Antonio de Jesús Bretón Martínez y Fausto Ramón Mejía Vallejo. Por supuesto ese proceso obedeció en gran medida a los liderazgos papales de Juan Pablo II y Benedicto XVI por una parte, y el momento actual pautado por Francisco. Los miembros de la nueva directiva de la Conferencia Episcopal Dominicana son hombres de Francisco.
Hace poco escribía sobre mis hondas preocupaciones por el letargo visible de nuestra Iglesia en el marco de los grandes avances que ocurren en la Iglesia latinoamericana y europea, y con el impulso de la agenda papal. De alguna manera el Espíritu Santo respondió a tantos que oramos por pastores y laicos en la Iglesia dominicana comprometidos de lleno con la Sinodalidad, con el diálogo y servicio a los que están en las periferias (los pobres de barrios y campos, los migrantes haitianos), los que están lejos de nosotros (movimiento de tres causales, comunidad LGBTQ) y el compromiso con la promoción de los laicos, especialmente las mujeres, al liderazgo de la Iglesia.
Más que discursos todos esperamos de ellos acciones que muestren que somos una comunidad cristiana con el corazón puesto en las periferias y los que no tienen poder, en lugar de estar ensalzando nuestros vínculos con los poderes políticos, económicos y militares. Pastores con olor de ovejas. Que convoquen a los laicos y al clero a que los acompañen a curar las heridas de los que sufren, en lugar de pretender hacer magia con los sacramentos. Que las comunidades eclesiales se fortalezcan en el compromiso con los más pobres y no se queden en clubes de amigos leyendo la biblia y cantando himnos emotivos.
Son nuestros pastores y debemos cuidarlos y orar por ellos, pero ellos deben acercarse a todos nosotros y solicitar que les acompañemos en las grandes tareas que tienen por delante. No son líderes politiqueros, ni predicadores de ideologías negadoras de la dignidad humana, su función es promover la misericordia de Dios para todos y acercar a los marginados. ¡Que así sea! No me cabe tanta alegría en mi pecho.