Los nuestros
Manuel Arturo Peña Batlle, muerto acaso de melancolía al verse desconsiderado por el hombre al que le había dado sustento ideológico a partir de 1941 —cuando se aparta de los hostosianos y se inscribe en el autoritarismo nacionalista encarnado en el general Trujillo—, se encuentra en la base de un extendido sentimiento antihaitiano prevaleciente en la base de la sociedad dominicana.
Desde el punto de vista intelectual, se tiende a pensar que la gente simple, con ninguna o poca educación, carece de ideología. Pero no es así; la recibe en juicios puestos en sus cabezas por la tradición, leyendas urbanas y rurales, mitificaciones y oralidad de algunos medios de comunicación.
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Peña Batlle, y más tarde Joaquín Balaguer, sentaron en la Era de Trujillo las bases ideológicas de la afirmación de lo dominicano en contraposición con lo haitiano.
La cuestión territorial, la diferencia poblacional y la inmigración sin control de masas de haitianos pasaron a estar en el centro, que en los primeros años del siglo XX había ocupado Estados Unidos como fuente de riesgo para la afirmación del Estado nacional.
En los primeros años del siglo XXI encontramos el antihaitianismo como un sentimiento difuso en la base de la población.
Pero hay en este cuadro un elemento de contradicción práctico, porque grandes masas haitianas conviven, alquilan, trabajan, reciben y dan servicios, ocupan espacios públicos y se desenvuelven, en fin, como lo hace cualquier vecino en el territorio dominicano.
Esto es posible porque el dominicano, a pesar de la acreditación por un documento (certificación de ciudadano), carece de ciudadanía, y en este punto se encuentra a poca distancia del inmigrante rural o urbano haitiano, que no está suscrito allá, no lo está aquí ni tiene conciencia de nada, como no sea de su miseria.
Una sentencia del Tribunal Constitucional (168-13), de octubre de 2013, puso en el primer plano el drama, no de haitianos asentados en el país hace 50 años, sino el de sus hijos, nacidos en bateyes, parajes y aldeas con la marca de su origen como única fuente de conexión con un Haití del que salieron sus padres porque no tenían, para el desenvolvimiento de su ciclo vital, ni siquiera una buena choza ni una élite social dispuesta a sacarlos de la mala condición a la que han sido llevados por sus líderes desde los días de sus padres fundadores.
Entre nosotros la degradación de la tierra no alcanza los niveles del territorio de los haitianos, pero no hasta el punto de considerarnos a salvo; contamos con opciones de civilización al alcance de una parte extendida de la población, pero no por ello tenemos habitantes más conscientes, o habitantes dotados de conciencia ciudadana.
Tampoco podemos ufanarnos de la responsabilidad social de líderes y élites. Pero podemos, sobre la base de nuestra pequeña ventaja, condolernos con los nacidos aquí hace veinte, treinta años, a esos tenemos que trabajarlos, son de los nuestros
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