Los ladrones

Los ladrones

Los ladrones

Wilfredo Mora

La ciudad de la alegría. Bombay, la ciudad portuaria más poblada del India y la quinta más poblada de todo el mundo es también la ciudad más peligrosa para los niños.

Es donde existe la mayor mendicidad y sufrimiento de los párvulos que viven de las calles, del pillaje y de la industria del hurto cometidos al unísono de otros horrores del desorden y de la anarquía. Calcuta, capital de Bengala occidental, es donde coexiste, la miseria material, el horror de la niñez, y la peor destrucción social de las relaciones humanas entre estos tempranos ciudadanos.

También es conocida por ser una de las ciudades más sucias, si no las más sucia, pero en el sentido de las bandas de niños macilentos que viven alrededor de los muladares de desechos sólidos.

Es el sitio donde reclutan a los niños que viven del robo, se les esclaviza para el trabajo forzado; y cuando se trata de “delitos gemelos” (herencia, personalidad y mundo circundante) aplicados a la minoridad de edad, se diseminan en las aceras de la ciudad atormentada y en las noches siniestras del crimen organizado.

El género es indistinto; hay tantas niñas como niños, afectados. Eso los convierte en el país donde hay más menores ofensores de todo el mundo.

La causa principal es la pobreza, conjuntamente con la explosión demográfica de ese país. La mendicidad es la antesala del robo. Es una forma de la mala vida que padece un individuo, que sufre hambre y necesidades; si roba es porque la naturaleza lo llama. En esos casos, la educación está imposibilitada.

Los hechos que se comentan de ellos son cada vez menos inquietantes, aunque sí más frecuentes. Sea por el fondo del asunto, su estructura, la organización que representen, han hecho olvidar la llamada curva sábado-domingo-lunes de los delitos de las casas deshabitadas, o los robos que se acompañan de lesiones, como los asaltos a personas despistadas; es una novela negra la vida de esos niños que se proyecta tras de sí.

Estos niños son fuertes, no lloran: han dejado de ser niños, ya son viejos de haber aprendido todo o casi todo de la vida. Mientras juegan, danzan, sus energías se consumen de tanto disimular que están bien, aunque no tienen nada, mientras se olvidan que también sus familiares están en el límite de la miseria, pues les toca vivir en manadas.

Y como manada se lanzan al hurto de lo que sea, siempre que sirva para matar el hambre. Pero no librarse de las enfermedades que padecen, la segunda causa de muerte infantil, aunque parecen ser inmunes.

Muchos robos son famélicos, y muchos tiene lugar por ser parte del ghetto, que los expulsa si no contribuyen con la hazaña de robar. No es fácil decir de ellos que son unos ladrones; es decir, malos muchachos, peligrosos, o indignos de tenerlos cerca. Todos saben de la suerte que les ha tocado.

Muchas de estas cosas las descubrió Dominique Lapierre, mientras rodada un film sobre la madre Teresa de Calcuta. Es que la verdadera esencia de esa nación está en sus barriadas empobrecidas. Según la evocación de Mahatma Gandhi, sería: “dejen la India para Dios; si eso es demasiado, déjensela a la anarquía”.



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