Sabemos que los jueces corruptos constituyen una seria amenaza para el Estado de derecho, la convivencia social y la democracia, pero existe una categoría de magistrados que, si se expande, sería como una bomba de varios megatones cayendo sobre el tejido social.
Me refiero a aquellos administradores de justicia dominados por el miedo, genuflexos frente a poderes fácticos, adocenados, inseguros y adobados por el complejo de inferioridad.
Para un juez corrompido, comerciante de sentencias y mercader de favores, bastaría un juicio disciplinario para anularlo, sobre todo si las pruebas son contundentes, como ha ocurrido con ciertos casos muy conocidos por la sociedad dominicana.
Pero cuando se trata de un togado temeroso, que piensa más en probables retaliaciones y en su propio pellejo, que en ser justo y apegarse a la ley por encima de cualquier costo, es poco lo que se puede hacer y la esperanza sobre un sistema judicial que consolide el contrato social se desvanece.
La idoneidad, los antecedentes académicos, la carta de ruta del buen comportamiento seguramente serán prendas que el Consejo Nacional de la Magistratura tomará en cuenta en su marco de actuación para la escogencia de jueces. Es decir, el organismo estaría actuando por lo que ve en el espejo.
Hay, sin embargo, otros factores intangibles no tomados en cuenta como indicadores fundamentales que realmente son difíciles de evaluar:
¿Bajo qué esquemas de valores se desarrolló el juez? ¿De qué forma impacta en su conjunto de convicciones el sello moral del círculo familiar?
Está claro que los jueces no se seleccionan entre ángeles del cielo, sino en la esfera terrenal habitada por hombres y mujeres con debilidades inherentes a la condición humana.
Sin embargo, los atributos morales y las convicciones éticas deberían ser requisitos de primer orden a la hora de fichar a un magistrado.
Un juez se debe a las leyes que regulan a la sociedad y en esto debería ser inflexible e incondicional a contrapelo de las condicionantes sociales, políticas, económicas y culturales. Para asumir esta actitud no hay que ser un extraterrestre.