La ciudad se inunda de edificaciones enormes, modernas y ultramodernas. Algunas suntuosas, tanto que inclusive, se consideran “complejos de viviendas inteligentes” dotadas de avanzadas tecnologías de última generación. Sería obvio decir que estos edificios cuestan “millones y millones de dólares y pesos”. A los mismos solo acceden –y es entendible- un reducido número de “nuevos y ostentosos ricos”.
Y no está mal esto, no, de ninguna manera. El crecimiento económico registrado en el país en los últimos años justifica en cierto modo que aquellos que han logrado acumular fortunas producto de este inusitado avance, tengan el derecho a disfrutar de este nivel de vida natural en sociedades de orientaciones capitalistas.
Lorenza Martinelli y Plutarco Blanco son esposos de origen sudamericano, vinieron al país como turistas en una oportunidad, y fue tan cálido el recibimiento que éstos decidieron volver, pero esta vez como inversionistas.
-“La calidez del dominicano nos embriagó, nos sedujo y volvimos, en esta ocasión a invertir en negocios”, expresaban regocijados a sus nuevas amistades dominicanas. Martinelli y Blanco adquirieron un lujoso y cómodo Penthouse en el exclusivo sector de Piantini, en el cual residen con su familia.
La construcción de edificaciones verticales de más de veinte pisos ha crecido de manera inusitada en la ciudad. Se atribuye esto al avance económico que registra el país y que, como se puede apreciar, apenas impacta a un reducido sector de la población.
Edificios más altos
La República Dominicana se ha inscripto en la lista de países que está apostando como expresión de la activación económica, a la construcción de edificaciones altas, impresionantes, las cuales, a su vez, contribuyen a que las ciudades resuelvan un serio problema de espacios que se registra con el creciente crecimiento de la población. Con ello se evita, asimismo, que tierras que son propias para el desarrollo agropecuario y otros usos se destinen a la construcción.
Tenemos, por ejemplo, que la ciudad de Santo Domingo ya tiene en su zona metropolitana “más de 300 edificios de uso residencial, oficinas, comercial y hoteleros”.
Las edificaciones sobrepasan los 12 pisos y la más alta de la República Dominicana tiene 43 plantas, la famosa Torre Anacaona 27. Se le considera el edificio más alto de todo el Caribe y Centroamérica. El país ostenta la posición número dos de mayor cantidad de edificios altos si se compara con ciudades de Centroamérica y el Caribe, con excepción de ciudad Panamá.
Los estudiosos del tema han elaborado una lista de rascacielos construidos en la República Dominicana, llevándose el primer lugar naturalmente la Torre Anacaona 27, ubicada en la avenida Anacaona, de 180 metros de alto, con 43 plantas y una vista impresionante hacia el Mar Caribe.
Les siguen la Torre Caney de 150 metros de alto y 40 pisos y la Torre Mar Azul, de 36 plantas.
Las demás, torre Silver Sun Gallery, Malecón Center I, II y III; Acrópolis Center, Torre Mar Azul II y III; Torre Azul, Blue Mall y Torre Da Silva ostentan entre 21 y 30 pisos.
No hay dudas de que Santo Domingo se erige como una urbe moderna y eso obliga a sus autoridades edilicias y al gobierno central a colocarse a nivel de este vertiginoso crecimiento vertical.
No hace mucho nos deslumbramos con estas nuevas edificaciones, pero el ritmo de levantamiento de este tipo de edificaciones hace que se vea como algo normal este sorprendente crecimiento urbanístico local.
¿Quiénes las adquieren?
La adquisición de uno de estos apartamentos en estas impresionantes torres, cuesta entre 20 y 100 millones de pesos (y hasta más, según me comentaron) dependiendo de la edificación y la zona donde se ubique. Los que tienen capacidad para adquirirlos son empresarios, comerciantes, líderes políticos, influencers y nuevos ricos. Se atribuye la predilección por este tipo de vivienda a su comodidad, el lujo, mejor calidad de vida y seguridad, de acuerdo a compradores.
Las torres están ubicadas en sectores exclusivos como la Anacaona, El Millón, Los Restauradores, Los Cacicazgos, Piantini, El Vergel, Mirador Sur, ensanche Naco, Pradera Hermosa, Gazcue, Evaristo Morales, Villa Vista, Quisqueya, Renacimiento, Las Praderas y otras.
Los gallos de la torre
Pero todo no es bondad en este mundo de Dios. ¿A qué me refiero? A la situación que atravesaron los esposos Martinelli y Blanco en el apartamento que adquirieron en una torre del sector Piantini. Ocurre que extrañamente eran despertados en horas de la mañana por estridentes cantos de gallos, pese a residir en el piso 35 de la torre.
Los cánticos de esta avena llamaron poderosamente la atención de la familia extrajera, pero no le dieron mayor importancia, en razón de que la atribuyeron a la calidez que estiman es propia en la costumbre del dominicano.
En la medida que pasó el tiempo estos cantos resultaron más abundantes y ruidosos. Se hicieron molestos. Y esto comenzó a preocupar a los residentes de la torre, especialmente a la familia sudamericana que se querelló ante las autoridades para que se ponga fin a la situación.
El origen
Contiguo al apartamento de la familia Martinelli-Blanco compró un Penthouse Mamerto De la Cruz, reconocido abogado y exitoso político que provino del interior del país. Ocurre que De la Cruz descendía de una familia rural de La Vega, sus padres eran conocidos galleros de la comarca. En su caso, la costumbre hizo historia, la tradición gallera se le prendió en su idiosincrasia y llevó esto a rastro por el resto de su vida ondulante.
-“No ha podido vivir sin los gallos, ama a los gallos más que a su propia familia”, dijo su amigo Reginaldo cuando se enteró del allanamiento.
Todo el mundo conocía al doctor De la Cruz, su fama como abogado y después, como político, se propaló por toda la geografía nacional. Había sido considerado, incluso, un potencial candidato presidencial.
-“Usted debería lanzarse a buscar la presidencia de la República”, le susurraron sus allegados. Pero él no escuchó a nadie, su preocupación eran los gallos. Pensó que si se lanza a buscar la Presidencia y gana no podrá tener sus gallos en el Palacio Nacional.
-“Eso no es problema Dr. De la Cruz. Nosotros nos encargamos de buscarles la vuelta”, expresaron personas cercanas.
–“Otros mandatarios criaron gatos en el Palacio y les fue muy bien. Hubo dos o tres escándalos, pero todo volvió a la normalidad”. –“Es más, a muchos de los denunciantes les fue fabuloso, terminaron conviviendo y haciéndose amigos de los gatos, a ellos también les gustaron los gatos”, agregaron.
-“No, no y no, Reginaldo, definitivamente no aspiraré a la Presidencia, me ha ido muy bien en mi rol de abogado y político”, fue la tajante respuesta de De la Cruz. Y agregó: “Tú no ves la fortuna que he acumulado sin ser presidente, y puedo además, seguir criando mis gallos”.
La crianza de gallos se convirtió en una obsesión en la vida del Dr. De la Cruz.
Con la compra de su Penthouse este popular personaje pensó que había llegado a su fin aquello que tanto había atesorado durante toda su vida: criar gallos. Deseó siempre mantener esta práctica que era algo intrínseco a su tradición familiar y que se remonta a años atrás, a su bisabuelo, abuelo y a sus padres en su pequeño poblado de la campiña vegana.
En esta ocasión las cosas definitivamente cambiaron, ya no viviría en una mansión con un enorme patio que pueda dedicar a la crianza de gallos. Ahora él reside en un lugar que, aunque lleno de comodidades -incluyendo un ascensor exclusivo que le lleva hasta su Penthouse-, en el mismo no se visualizó un espacio para destinarlo a las aves.
Tendría esta vez que someterse a un estricto régimen de control que le impide dedicarse a su hobbies favorito. Optó entonces por llevar a su apartamento un gallo como “mascota”.
Pero consideró que no era suficiente. Tuvo una primera mascota, después luego llegaron otros gallos de todos los colores: giro, blanco, amarillo, rojos y marrones, además de los pintos y los que tienen sus plumas de varios colores.
Sin escatimar pruritos De la Cruz instaló en su flamante apartamento una “traba de gallos”, para lo cual contrató hasta sus propios instructores gallísticos. La única “traba de gallos” del país, y quizá en el mundo, instalada a 35 pisos de altura.
En principio, el canto del gallo se disfrutaba a 35 pisos de altura en una moderna torre, como si fuera una caricia mañanera. Los vecinos despertaba con el arrullo de un bello canto de gallo, algo que se le semejaba una mañana campesina en las alturas.
Empero, aquello que era hasta cierto punto apetecible, se convirtió poco a poco en una algarabía, en un dolor de cabeza que era causado por aquel símil de una orquesta desafinada, integrada por decenas, cientos de gallos que emitían sonidos desiguales que trastornan la tranquilidad de la noche.
-“Allí hay más gallos que los que tenía la traba de don Humberto Michel”, expresó un parroquiano seguramente sureño.
Los primeros en elevar sus quejas ante las autoridades fueron los esposos sudamericanos Martinelli y Blanco. Luego, se registró una cadena enorme de propietarios de apartamentos que llevaron sus clamores a la fiscalía. Pusieron una demanda en común, ya que según manifestaron a los fiscales, no aguantaba más los cantos de los gallos.
La insistencia de éstos y los que se sumaron, incluyendo al grueso de sus pundonorosos abogados, la fiscalía decidió intervenir. Y una madrugada de un día cualquiera –para no entorpecer el operativo- se realizó un aparatoso allanamiento en el que participaron decenas de agentes policiales fuertemente armados y acorazados con chalecos antibalas. Temían –según se dijo-que se produjera un contraataque a “espuelazos” por parte de la enorme cantidad de gallos que cubrían el lugar.
La aparatosidad de la requisa solo consiguió que las aves se espantaran. No hubo ningún tipo de resistencia, estas alzaron vuelos en todas las direcciones, especialmente hacia el ascensor, donde se aglomeraron y bajaron en masa-como si estuvieran amaestradas para la búsqueda de su libertad-. Cientos de estas aves rebosaron las calles colindantes con la avenida Abraham Lincoln, logrando paralizar el tránsito en muchas de sus esquinas.
De la Cruz fue apresado y un tribunal ordenó incautar los gallos, pagar una suma millonaria de multa y su arresto domiciliario.
Los galleros protestaron, pero no valió de nada.
La nueva realidad lo puso hipocondríaco, añoraba volver a tener sus gallos. Todos los días se le vio bajar de su piso 35 y sentarse “en el contén” del frente de la torre La Placeta, allí se le escuchó murmurar:
-“Debí dedicarme a criar gatos, tal vez me hubiera ido mejor”.
*El autor es periodista.