Los festivales de teatro

Los festivales de teatro

Los festivales de teatro

En la antigüedad clásica griega, el teatro fue una de las primeras creaciones literarias, junto con la epopeya y la poesía lírica.

La creación de la novela es un género tardío, aunque hoy es quizás más leído, pero que no aparece sino con “El Quijote”, hacia 1605.

Y la fundación del ensayo por Montaigne, que se remonta a fines del siglo XVI, por lo que ambos géneros literarios fueron tardíos.

Así pues, lo que el público consumía y disfrutaba era el teatro, como espectáculo, que cumplía la función de catarsis -o purga de las bajas pasiones humanas- como lo definió Aristóteles. Sin embargo, a partir del siglo XX, el teatro es el género que menos se lee y se escribe, aunque se sigue disfrutando en un escenario.

Durante el auge del existencialismo, nombres de escritores como Sartre, Camus, Beckett, Anouilh, Genet, Ionesco y Artaud contribuyeron a darle dimensión trascendente al arte teatral, e hicieron que el público volviera a contemplar obras dramáticas.

En la época surrealista, dramaturgos, poetas y pintores fueron compañeros de viaje y de diálogo, pero esta realidad social parece disiparse, y es ajena a la realidad cultural vernácula, cuya dramaturgia podría considerarse como la cenicienta dentro de los demás géneros literarios, a pesar del fervor de la dinámica teatral citadina.

Como la tradición literaria dominicana ha estado determinada por el imperio de las generaciones poéticas y cuentísticas, no es sino hasta las décadas del sesenta y setenta, cuando surgen dramaturgos como Franklin Domínguez, Iván García, Manuel Rueda, Rubén Echavarría, Haffe Serulle, Máximo Avilés Blonda, Añez Bergés o Efraim Castillo, que fundan nuestra tradición teatral moderna, a pesar de que en esta isla fue donde se escribió la primera pieza dramática del Nuevo Mundo: el “Entremés de Llerena”.

Es así que las letras nacionales adolecen de una sólida tradición de dramaturgos, cuya presencia se ha incrementado desde ochenta con Reynando y Frank Disla, Giovanny Cruz, Radhamés Polanco, Manuel Chapuseaux, etc. amén de una pléyade de directores, actores y actrices.

Estas peroraciones vienen a cuento, a propósito del exitoso y recién concluido IX Festival Internacional de Teatro, del Ministerio de Cultura, realizado del 17 al 27 de junio, y que tuvo a once países invitados, y como marco teórico, conferencias, foros, paneles, talleres y un abanico de ofertas de obras de magnífica calidad escénica, montaje, actuación, dirección, con monólogos y piezas colectivas de espléndida propuesta estética y desafiante puesta en escena, que engalanaron las principales salas de teatro del país.

Sin embargo, me permito hacer una observación crítica con relación a la escasa asistencia, no de público (que fue masivo), sino de nuestros escritores e intelectuales, que quizás desconocen el valor y la importancia que representa la contemplación teatral para insuflar aliento, fantasía, temas e imaginación a sus ideas y a sus creaciones literarias, lo que revela falta de pasión artística y miopía cultural.

El teatro pues no debe estar aislado de la sensibilidad escritural. Al contrario, enriquece el espíritu creador. Un escritor es un artista que debe estar abierto a todas las expresiones del intelecto y de la imaginación estética. Este festival se hace cada dos años.

Por tanto, es una experiencia insoslayable para conocer el estado actual del teatro hispanoamericano. Sirve como referente para que nuestros dramaturgos, actores y escritores se planteen nuevos desafíos creadores.

Funciona además como termómetro para medir la temperatura del tipo de oferta dramática que se hace en el contexto latinoamericano y como retroalimentación hormonal para sus exponentes. Esto me consta, y de ahí que vi siete obras, pues el teatro es una de mis pasiones públicas.



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