Abraham Lincoln decía que “la democracia es el gobierno de la gente, por la gente y para la gente”, entonces, partiendo desde este punto de vista podemos decir que los Estados dicen ser democráticos tienen la obligación de garantizar el bienestar de sus ciudadanos, ya que resulta contraproducente que exista dentro de la comunidad una desigualdad social muy pronunciada.
Cada nación democrática y con sentido de continuidad de Estado tiene claramente establecidas las reglas del juego, es decir, le asegura a sus ciudadanos alimentación, salud, vivienda, seguridad, educación y otros derechos. Mientras que los ciudadanos tienen el deber de respetar las normativas de conducta.
Juan Pablo Duarte una vez dijo:“La Nación está obligada a conservar y proteger por medio de leyes sabias y justas la libertad personal, civil e individual, así como la propiedad y demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen”.
Siendo objetivo, un Estado que piensa en la inclusión de la gente emprende obras como el de la Nueva Barquita, las estancias infantiles, el Metro, ect., pero, estos son proyectos que han surgido en los últimos años y que están destinados a esparcirse en todo el territorio nacional, por lo que problemas ancestrales como el de la energía eléctrica, la alimentación y la salud aún siguen sin resolverse.
Yo creo que después de que hombres y mujeres como Núñez de Cáceres, Juan Pablo Duarte, Ramón Matías Mella, Francisco Del Rosario Sánchez, María Trinidad Sánchez, Concepción Bona, restauradores como Gregorio Luperón y Santiago Rodríguez se jugaran sus vidas por crear una República libre e independiente y con sentido incluyente, aparecieron personajes que llegaron al poder, que lejos de crear una a zapata estatal con principios Duartianos y de igualdad social, se convirtieron en autócratas apegados al nepotismo y disfrazados de demócratas, salvo excepciones, como el malogrado gobierno del 1962, el de Don Antonio Guzmán y el que usted desee incluir.
Esta clase de gobernantes egocentristas y apegados a “la ñoña”, además de no solucionar un solo problema nacional, nos han dejado una gama de “dichosos de la democracia” que disfrutan de nombrar sus propios jueces, son cuidados por policías que no aparecen, dichosos que son excluidos de los expedientes de corrupción, algunos que han pervertido la Constitución, otros que no viven del sueldo de un policía o una enfermera, dichosos que nunca han pisado un hospital público, otros que han dejado sus dientes en un cargo… y peor aún, algunos son tan dichosos que la delincuencia le resbala a tal punto de verla como “una percepción”.
Creo que nuestro país puede avanzar con obras que vayan en beneficio del pueblo, pero mientras existan hombres que estén por encima de las leyes y dejemos de improvisar frente a los graves problemas que nos afectan, seguiremos viviendo en una sociedad con sus dichosos preferidos…