Durante siglos han existido detractores de la verdad científica, quienes nunca han escatimado esfuerzos, ni recursos, para inventar mentiras, para retorcer verdades, y para desacreditar temporalmente a todo aquel científico que plantee una verdad científica que sea contraria al deseo de grupos de inquisición que sólo quieren oír lo que les conviene.
En el año 1610, Galileo Galilei publicó sus comprobaciones de que las teorías heliocéntricas de Aristarco de Samos y de Nicolás Copérnico eran válidas, y que la Tierra no era el centro del universo, sino el Sol, pero los científicos de la Iglesia Católica calificaron sus textos como heréticos, razón por la cual en 1633 la Santa Inquisición del Santo Oficio lo excomulgó y lo condenó a prisión perpetua, pero Galileo tenía la razón.
En el año 1687 Isaac Newton publicó el texto científico más importante de nuestra historia, «Principia Naturalis Philosophiae Mathematica», el cual conmocionó a toda la comunidad científica, pero sus revolucionarias teorías sobre los principios de la mecánica, sobre la gravitación universal, sobre la rotación elíptica de los planetas, sobre el cálculo diferencial e integral, y sobre la luz, le ganaron duras críticas y adversidades en la Sociedad Royal. Pero Newton era, y es, Newton.
En el año 1859 Charles Darwin publicó su libro titulado «El Origen de las Especies», en el cual planteaba la teoría de la evolución de las especies mediante la selección natural y adaptación a condiciones del entorno como forma de lograr la supervivencia de las diferentes especies animales, incluidos los seres humanos, pero Darwin debió soportar las mofas y las duras críticas a su teoría evolucionista, críticas sustentadas en criterios religiosos y en supuestos criterios científicos que luego quedaron invalidados, pues la biología moderna admite que Darwin tenía la razón.
El Premio Nobel de Física correspondiente al año 1921 fue otorgado a Albert Einstein por sus grandes aportes a la Física Teórica, en especial por su descubrimiento de la Ley del Efecto Fotoeléctrico, pero no obstante eso, durante la época en que el nazismo dominaba Europa, Einstein, a causa de su origen judío, debió soportar una dura guerra en su contra, protagonizada por los nazis, con el fin de desprestigiar sus investigaciones científicas.
Uno de estos intentos se dio en 1931 cuando se publicó el libro «Cien autores en contra de Einstein», en el que se compilaron las opiniones de 100 científicos que contradecían las teorías de Einstein con el único fin de desacreditarlo, pero cuando consultaron a Einstein para que emitiera su opinión, respondió: “¡Si yo estuviese equivocado, uno solo habría sido suficiente!” El paso del tiempo demostró que Einstein tenía toda la razón.
Barbara McClintock fue una científica estadounidense especializada en citogenética, que en los años cuarenta y cincuenta descubrió el proceso de transposición de diferentes elementos del genoma, planteando que los genes determinan ciertas características físicas que son responsables de la regulación de la expresión genética y la transmisión de los caracteres de los parentales a la progenie, pero estas investigaciones fueron rechazadas por casi todos sus colegas, quienes se burlaban de ella y la excluían de todo, lo que provocó que en 1953 ella dejara de publicar sus trabajos, sin embargo, en 1983 se le otorgó el premio Nobel de Medicina o Fisiología, como forma de darle la razón, mientras sus detractores quedaron en el olvido.
Ayer, hoy y mañana, quienes hicieron, hacen y hagan ciencia como servicio incondicional a la sociedad, fueron, son y serán víctimas de la iniquidad.
Albert Einstein dijo:¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.