Hay suficientes razones para que la presente campaña esté basada en contenidos, propuestas viables y no en memes o en esa chercha tropical de un realismo maravilloso que nos convierte en metáfora estática y nos monta en una nube de distracciones cortoplacistas.
Lo más importante es que la República Dominicana necesita dar pasos firmes para montarse adecuadamente en el nuevo siglo porque -a decir verdad- las dos primeras décadas han sido prácticamente perdidas por la ausencia de reformas, salvo las normativas financieras para abrir un paraguas a la banca ante los efectos de la caída de tres entidades en 2003 y el rescate de otro por sus accionistas más adelante.
Luego de las reformas económicas de Balaguer en la década del 90 de la pasada centuria -que abrieron las puertas al país hacia la globalización- y el proceso de capitalización de la empresa pública, que redujo el lastre clientelar y ha sido garantía para que la nación no sea un solo apagón- aquí no hemos impulsado cambios estructurales de gran calado.
Desde el retorno de Leonel Fernández en 2004, pasando por la asunción de Danilo Medina en 2012, nuestros gobiernos han sido una suerte de barra estabilizadora para que el tren de la economía se desplace sin contratiempo, pero la vocación reformadora ha resultado realmente nula.
Es justamente en ese contexto que vamos a la zaga respecto a la cuarta revolución industrial, con déficit muy marcado en infraestructura, electricidad (por el intolerable fracaso de las distribuidoras), salud, educación, vivienda, transporte, agua potable, saneamiento, todo en un marco de baja presión tributaria y la incesante evasión pese a los golpes de bolsón propinados en los últimos tres años al fenómeno.
A esto se añade la desgracia de un mercado lleno de competencia desleal y múltiples malas prácticas sin consecuencias que terminan afectando la calidad de vida de los ciudadanos por la limitación del derecho a seleccionar bienes y servicios ofertados de manera suficiente, variada, competitiva y de calidad.
Si dotásemos a ProConsumidor del presupuesto y la transferencia tecnológica que requiere, a ProCompetencia de profesionales no adocenados ni domeñados por poderes inescrutables y pusiéramos a la Comisión de Defensa Comercial al servicio de los sectores productivos en términos reales, sólo eso sería una profunda reforma.
Ninguno de los candidatos toca estos temas de manera franca, llana, de modo que los votantes comprendan que una ola de reformas económicas e institucionales es mucho más importante que prometer subsidios perversos y asistencias populistas ofensivas a la dignidad humana.
No se trata de desconocimiento; es miedo, conservadurismo, dependencia e incapacidad de organizar una oferta disruptiva que reparta bien la prosperidad creando un país de oportunidades para todos y no “una casa tomada” por unos pocos.