Hace poco más de una semana, Milagros Ortiz Bosch, figura política que no requiere presentación, publicó un artículo defendiendo su derecho a cambiar de opinión sobre un tema que ha concentrado la atención de todos en los últimos meses.
Lo hizo porque se le reprocha que en la actualidad sostenga una posición distinta a la que preconizó en 2013.
Una cosa es cierta: lo dicho entonces por Ortiz Bosch es incompatible con lo que plantea hoy, cinco años más tarde.
Esto ha bastado en su caso, como basta en casi cualquier otro, para que se le impute incoherencia y con ello mala fe. A esto ella ha respondido que no puede ser presa del pasado y que sus posiciones deben avenirse a las realidades del presente.
No hay que estar de acuerdo con doña Milagros -antes o ahora, da igual- para reconocer que acierta al defender su derecho a cambiar de opinión. La idea de que un ser pensante está atado por siempre a la primera opinión que expresa sobre un tema, es extraña a la naturaleza humana y contraria al debate público racional.
¿De qué sirve exigirles a las personas que mediten bien sus posiciones políticas antes de expresarlas, si sólo consideraremos válida la primera de ellas? ¿Cómo esperar de las personas que desarrollen su forma de pensar si, al mismo tiempo, rehusamos que esto se manifieste en su criterio? Parecería que deseamos que la gente piense, pero que eso no la cambie.
Con frecuencia indeseada no se valoran las opiniones ponderadas, sino la confirmación absoluta de lo que ya piensan los aspirantes a inquisidores.
Quienes así actúan no desenmascaran oportunistas, sino que atan el debate público a posiciones anteriores de personas que ya las han superado.
Pierden de vista que lo importante es determinar si este cambio de parecer se sustenta en motivos atendibles. Mas no escuchan, atacan…
Lamentablemente, este es un mal extendido del que todos pecamos en mayor o menor medida. Y esto ha envenenado nuestro debate público.
Las circunstancias cambian, la gente cambia, las soluciones a nuestros problemas cambian. Desconocer la importancia de nuestra capacidad de cambiar de opinión no nos lleva a mayor coherencia, sino a examinar el futuro mirando solo hacia atrás.