Uno de los dilemas mayores de cualquier líder que ansía excelentes resultados en cualquier gestión es encontrarse con un subordinado que es buena persona, capacitado y honesto, pero incapaz de solucionar problemas cuya responsabilidad rebota hacia arriba.
Al presidente Abinader le pasó varias veces en su primer gobierno y padecemos los resultados, léase apagones. Ahora al ministro de Educación, cuyo empeño y competencia nadie duda, enfrenta al peor enemigo de la instrucción pública, el sindicato de maestros ADP, y coincide con ataques de nacionalistas por la falta de cupo en escuelas y liceos públicos.
La prioridad debe ser instruir a los dominicanos, aunque conviene que los hijos de inmigrantes, ilegales o no, sean educados -es un derecho humano- con un currículo nuestro.
Al ministro le exigen además explicaciones por oponerse a enseñar la Constitución a los estudiantes.
Me apena que confluyan tantas presiones sobre un funcionario que debería tener mayor éxito dado el apoyo que le ofrece el presidente.
A veces ser muy gente y buen gerente no basta, porque las medidas parteaguas -como con la ADP- requieren otros atributos.
Al Gobierno le conviene cerrar y no abrir nuevos frentes, con menos contemporización, pero sin dejar perder a los buenos.