Los asistentes del populista

Los asistentes del populista

Los asistentes del populista

Nassef Perdomo Cordero, abogado.

Para quien preste la mínima atención a las noticias que nos llegan de El Salvador, así como los comentarios positivos que esa situación genera en nuestro país, resulta claro que el peligro más importante que acecha a la democracia dominicana no son los vilipendiados partidos tradicionales, sino la posibilidad del surgimiento de un demagogo.

Aunque no termina de cocinarse, para ese caldo tenemos todos los ingredientes. Y lo peor es que, en este momento histórico, estos pasan por cosa buena.

El primer ingrediente es la forma en que hemos separado la política de su contexto. Vemos la política y a los políticos como seres ajenos a nosotros, cuando en realidad son producto de la sociedad que los crea y luego los busca como chivos expiatorios. El segundo es la convicción doble de que la política es una lucha sin cuartel entre buenos y malos, en la que, naturalmente, los míos son siempre los buenos y los otros son siempre los malos.

Se suma a esto la simplificación de los problemas de la democracia, una visión de los procesos políticos impregnada de moralina y el anhelo de un salvador que nos rescate de la podredumbre. Todo esto abre las puertas a personajes como el brasileño Sergio Moro y los desastres que acarrean.

No quiero decir que los políticos están exentos de culpas. Las tienen, y muchas, pero guardan proporción con las de la sociedad en la que operan y que reniega de sus propios pecados. Son también colaboradores involuntarios de los demagogos que luego convierten a la comunidad política en tierra arrasada.

Para que los demagogos accedan al poder se necesitan estos ingredientes, pero hay uno más, imprescindible: que en lugar de colaborar en superar los problemas de la comunidad política, sus actores los usen como herramienta para destruirse mutuamente. Ese esfuerzo está destinado no al fracaso sino al éxito rotundo porque, contrario a lo que piensan muchos, en las sociedades hay males, no malos.

Pretender lo contrario es dedicarse al ejercicio contraproducente de buscar paja en el ojo ajeno teniendo viga en el propio. No hay final feliz cuando todo lo que se critica en el otro está también en uno mismo.

A menos que los actores políticos y sociales dominicanos abandonen esta práctica estarán abriendo las puertas a esa demagogia populista que se viste de virtud cívica. Y para entonces será demasiado tarde.



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