-“Ese abogado tiene que estar ardiendo en el infieeerno…vociferó a todo pulmón el italiano Lombardo Coppola. En un gesto instantáneo y algo violento alzó sus puños hacia el cielo y los bajó golpeando fuerte en el escritorio. Con esa acción Coppola rompió el vidrio y volteó la taza de “café negro” colocada momentos antes en una impresionante bandeja de plata, desparramando parte del contenido en la mesa de la oficina.
– ¡Maldito! ¡maldito! ¡maldito!”-, expresó con el peculiar acento italiano. El corpulento extranjero, bien perfumado y de rostro perfilado y cabellos acicalados, golpeó nueva vez su escritorio mientras decía frases a veces indescifrables.
Coppola era propietario de la financiera Fácil, entidad de préstamos rápidos que operó durante muchos años en la avenida 27 de febrero, en el muy concurrido centro de la ciudad capital. Era parte de un grupo de inversionistas italianos que se dedicaban a las actividades financieras y a otros negocios aprovechando el clima de inversiones existentes en el país.
La fuerte e inesperada expresión del italiano conmovió a los allí presentes, especialmente a los abogados que laboraban en la financiera. Pero sobre todo a la viuda del difunto abogado Germosén Santos Mosquea, a quien aquel extranjero deseó a viva voz que ardiera en los fuegos infernales.
Todos se miraron con asombro, sacudidos por la fuerte expresión emitida por el italiano. Santos Mosquea había muerto horas antes de un fulminante “paro cardiorrespiratorio” en plena faena en su oficina de abogados, ubicada en el sector de Alma Rosa de la zona oriental.
A partir de los años 2,000 proliferaron los negocios de financieras no bancarias en el país, las cuales se dedicaron básicamente a realizar préstamos personales, rápidos y con garantías hipotecarias, de vehículos y otras prendas de valor.
Los préstamos eran dirigidos básicamente a personas que enfrentaban problemas financieros, especialmente antiguas deudas impagables, salvar hipotecas, salir de los altos intereses de las tarjetas de créditos y obtener recursos para iniciar o reforzar pequeños negocios, entre otras necesidades.
El comunicador Vicencio Pérez Luna, veterano periodista de “larga data” y experiencias en diferentes medios de comunicación, confrontaba problemas económicos y eso le llevó a atrasarse en el pago del apartamento que había adquirido con mucho sacrificio, además de que ese era el anhelo de toda su familia. Éste comentó la situación a otro colega que le recomendó acudir a la financiera Fácil del italiano Coppola, lo cual hizo con mucho éxito. Consiguió el préstamo deseado y pagó los atrasos en el saldo de su apartamento.
En otras oportunidades Pérez Luna había enfrentado problemas con abogados por asuntos de pagos. Él decía que era “mala suerte”, en razón de que llegó a perder dinero en sus dificultosas transacciones económicas. Relató que en ese trajinar económico-financiero, algunos letrados terminaron “tomándoles el pelo” con engañifas y argucias legales, las cuales concluían a favor de estos profesionales.
En otra ocasión, un letrado que había contactado para realizar gestiones legales, “se pasó de confianza” y cogió para él el dinero que le entregó para realizar unos pagos a una institución del Estado.
Supo luego que a éste lo botaron del trabajo –sabrá Dios por cuales razones-y no había reportado los pagos que el comunicador debió hacer a través de él. Cuando se enteró de que lo habían despedido, Pérez Luna acudió a la oficina privada de éste, pero nunca lo encontró. De tantos viajes a su oficina, -incluyendo una vez que fue con dos sobrinos policías que no tenían caras de buenos amigos-una empleada se condolió del periodista y le dio la dirección de la madre de éste en Sabana Perdida. Pero ya los sobrinos tramaban otra cosa.
-“Tío, deme una foto de ese señor y déjenos eso… Nosotros le rompemos las dos piernas, lo dejamos inválidos y no vuelve a engañar a nadie más”. Pérez Luna, sin embargo, no estaba en eso, se consideraba un hombre civilizado que debía zanjar por la vía más sana su problema con este abogado.
La empleada del letrado le había señalado la forma más expedita de cómo hacerlo. Explicó que los padres de éste pagaban a quienes acudían a su casa a reclamar los engaños de su hijo que criaron con mucho esfuerzo, haciéndolo un profesional. Al llegar allí, Pérez Luna sintió penas y remordimientos al ver las condiciones en que vivían los padres del abogado. Aunque residían en una amplia casa de bloques, la sala y demás cuartos estaban vacíos. Los esposos estaban sentados tranquilos, lucían taciturnos. Las dos sillas de “guanos” que ocupaban en el amplio espacio de la sala hablaban por sí mismas. El comunicador saludó al llegar y apenas les respondieron:
-“¿Usted busca al doctor Rosendo Rosa?” –“Él es nuestro hijo, pero ahora no está, no ha llegado aún…”.
-“¿Tiene alguna deuda con usted…?”-, preguntaron. Y asintieron:-“No se preocupe, nosotros le vamos a pagar”. Pérez Luna no esperaba una respuesta tan espontánea y se limitó, impávido, a observar aquel panorama. La situación de desolación que reinaba en aquel hogar lo conmovió, pero valoró –a su vez- la valentía de estos padres que, obstante sus precariedades, se comprometían a pagar compromisos contraídos por su vástago.
Hizo algunas indagaciones y personas del lugar explicaron que éstos llevaban una vida relativamente cómoda allá en Sabana Perdida y que los desafueros de su hijo le habían ido arruinando. Dijeron que todo el que se presentó a reclamar un pago, ellos pagaban y cuando se acabó el dinero comenzaron entonces a entregar inmuebles de la casa, dejándola vacía. Todo eso para proteger y asegurar que no le pasara nada a su retoño.
Tiempos después, Pérez Luna –que había jurado mantenerse lejos de los problemas monetarios-volvió a caer en manos de las financieras. Esta vez fue por recomendación de un amigo que le llevó a la “Fácil” del italiano Coppola. Allí tomó un préstamo, el cual pagó religiosamente. La experiencia acumulada le llevó a tener un estricto control de sus pagos y de sus recibos. Aunque el crédito lo tomó en la financiera Fácil, los pagos los realizaba en la oficina de abogados del doctor Santos Mosquea, ahora fallecido. Un día le llegó una notificación avisándole que su caso estaba para embargo. La citación decía que él apenas había realizado los dos primeros pagos, que dejó de pagar y que había abandonado su dirección original para evadir su compromiso.
Nada de eso era cierto. La financiera, sin embargo, le conminó por “acto de alguacil” a que se presente al otro día a realizar sus pagos restantes o que de lo contrario embargarían su propiedad. La noche de ese día no durmió pensando que por unos míseros 30 mil pesos perdería el apartamento de su familia, el cual había sido valorado en millones de pesos.
Temprano ese día acudió a la financiera. Primero quiso saber cuál era la imputación en su contra para entonces buscar apoyo de un abogado para su defensa. Al llegar a la Fácil, observó que en aquella confortable oficina había varios clientes que también acudieron a pagar o a realizar reclamaciones. Cruzaban de un lado a otro del lugar varios abogados y empleados de la financiera.
Pérez Luna debió esperar que lo recibiera el dueño de la financiera. En la espera una bella joven asistente le ofreció un café, el cual tomó sin apenas saborearlo debido a su estado de ansiedad. En eso le llamó a su oficina uno de los abogados del negocio y comenzó a interrogarlo. Explicó que la financiera había decidido incautar su casa por falta de pagos y por evadir su localización. Sorprendido por el señalamiento, Pérez Luna se puso nervioso y apenas pudo balbucear algunas palabras. Al percatarse de su situación, el abogado le pidió que mantuviera la calma, le brindó un vaso de agua y le dijo que eso le puede ocurrir a cualquiera, que no era solo su caso.
Hubo un rato de silencio que fue interrumpido por el abogado. Pidió permiso y se retiró al despacho del presidente de la financiera, el italiano Coppola. Regresó momentos después y le manifestó que el dueño del negocio lo recibiría para ver cómo arreglan las cosas sin que él tenga que perder su apartamento.
-“No puedo perder mi inmueble, he pagado, estoy al día con mis pagos”, expresó Pérez Luna. –“No sé qué está pasando aquí, oigo que van a quitarme mi casa cuando yo ya he pagado”, subrayó.
El abogado le reveló entonces que en los registros de la compañía aparecía con apenas dos pagos. El préstamo, según explicó el profesional, tenía seis meses vencidos. Perez Luna reaccionó asombrado. Sostuvo que eso no era cierto, que tenía a manos todos sus pagarés. Metió la mano en su chaqueta, los sacó y los mostró al representante de la financiera, quien lo revisó y sorprendido lo llevó donde el Señor Coppola. Lo hicieron pasar al despacho del dueño de la financiera y éste tenía en sus manos todos los pagarés, los cuales estaban bien organizados y con sus respectivas fechas.
-“Este cliente está al día con sus pagos, cómo es que no aparece en la contabilidad de la financiera”. -¿A quién usted pagaba?, me preguntó. –“Al doctor Santos Mosquea”-respondí. –“En su oficina de la zona oriental”, agregué.
Coppola me miró y asintió con suma serenidad mis explicaciones. La financiera utilizaba a oficinas de abogados para realizar cobros normales de préstamos concedidos a clientes. Estas emitían pagarés sellados que eran entregados a los clientes y esos pagos eran llevados a la oficina central.
Pérez Luna había pasado por tantas en manos de abogados que esta vez se aseguró de hacer sus pagos puntuales para evitarse problemas. Pero no fue así. Lo que él tenía más lejos era que ese dinero nunca llegó a la Fácil porque Santos Mosquea lo retuvo para su beneficio. Coppola, el propietario mandó a reunir en su despacho a los abogados y a empleados del negocio financiero. En tanto, el periodista permanecía allí impertérrito, a la espera de lo que iba a pasar con su caso.
En tanto, en el antedespacho de Coppola esperaba la esposa del abogado fenecido. La empresa tenía pensado ese día hacer un reconocimiento póstumo a Santos Mosquea. El italiano dueño de la Fácil tenía en su escritorio un regalo, un arreglo floral y un sobre con una equis cantidad de dinero, como compensación por sus esfuerzos del difunto a favor del negocio.
Pero al observar el caso de Pérez Luna, Coppola pidió al financiero que revise los pagos que había tramitado Santos Mosquea en los últimos meses, encontrando que había pocos registros de sus operaciones. Salió a relucir un déficit de cientos de miles de pesos que éste había dejado entregar, y como si lo hubiera movido un resorte, el italiano Coppola saltó de su asiento, entró en ira y espetó:
-¿Los abogados van al cielo? -¡A este abogado Dios tiene que tenerlo en el infierno…!”. Cuando estuvo un poco calmado, una de las empleadas le dijo que la viuda del fenecido estaba en el antedespacho esperando el regalo póstumo que haría a Santos Mosquea, a lo que éste respondió:
-“Dile a ella que pase para darle mi sentido pésame, pero que no hay regalo. Solo le entregan el arreglo floral. Ella no verá un centavo más de esta financiera”. Se recostó en su sillón, tomó el cheque por 200 mil pesos que tenía sobre su escritorio para entregar a la viuda y lo rompió. Todos los allí presentes permanecieron en silencio ante este extranjero que no pudo, o no supo, esconder su estado de ira.
Según cifras del año 2014, en República Dominicana había entonces 53,000 abogados. “Uno por cada 178 habitantes”-de acuerdo a cifras de la fecha del acucioso periodista y abogado Federico Méndez.
¿Irán todos estos abogados al cielo? ¿Cuántos tendrán que pasar por el purgatorio? ¿Cuántos de éstos irán sin pasaportes ni visas camino directo al infierno, según el italiano Coppola?
*El autor es periodista