Cuando casi todos los territorios coloniales de América apenas soñaban con la independencia, hace dos siglos, Haití ya era un país libre.
El territorio francés de Saint-Domingue se convirtió en 1804 en el primer país autónomo de la región de América Latina y el Caribe, y pasó a ser bautizado con un nombre de los taínos, Haití.
Fue una lucha excepcional en la historia mundial: los esclavos de origen africano derrotaron a las fuerzas del disciplinado y temible ejército de Napoleón.
«En términos históricos es una epopeya, pues ¿cómo es posible que esas personas -con tan pocas oportunidades, en términos generales- pudieran organizar esa lucha armada y derrotar al ejército más poderoso del mundo, que había conquistado Europa?», se pregunta la historiadora Margarita Vargas, del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe.
Con la independencia llegó la abolición de la esclavitud en el lado oeste de la isla La Española.
El objetivo luego era llevar su ideal de libertad de los oprimidos en el mundo, influenciado por la ilustración francesa, a otros países del hemisferio, empezando por el vecino y empobrecido Santo Domingo español.
«Por un lado, ellos consideraban un deber liberar a todos los esclavizados. Y por otro lado, unificar la isla y alejar el peligro de invasión de reconquista, además de tener recursos naturales para poder reactivar la economía», explica Vargas a BBC Mundo.
Gobernaron durante 22 años, un tiempo que ha sido muy controvertido para el pueblo dominicano, pues el recuento histórico oficial lo ha retratado como un periodo de gran opresión.
Pero ese relato, sostiene la historiadora dominicana María González Canalda, se ha construido como un discurso nacionalista «sin evidencias» documentales: «Como ideología de Estado, todavía permea en el pensamiento dominicano», afirma.
¿Unificación o invasión?
La historia del periodo en que La Española estuvo unida bajo la República de Haití genera puntos de vista diversos entre los historiadores.
El país que hoy es República Dominicana primero pasó por dos periodos de inestabilidad: uno llamado «España boba» (1809-1821), en el que la Corona española abandonó casi en su totalidad a Santo Domingo y se enfocó en sofocar los movimientos independentistas en el continente americano.
Y otro fue la «Independencia efímera», un periodo de dos meses a finales de 1821 y comienzos de 1822 en que José Núñez de Cáceres proclamó un nuevo país, el Estado del Haití Español (asociado a la Gran Colombia), y entabló relaciones con Haití.
Fue el 9 de febrero de 1822 cuando las tropas haitianas al mando de su presidente, Jean–Pierre Boyer, llegaron a Santo Domingo a fundar la República de Haití en toda la isla La Española.
Los historiadores tienen puntos de vista diversos sobre si esto fue una unificación o una invasión.
«No fue una invasión, porque hubo un movimiento desde 1821 de grupos de población en la frontera pidiéndole a Boyer que viniera y que unificará la isla», sostiene González Canalda.
«Las personas salían a saludarlo porque él traía la abolición de la esclavitud, el reconocimiento de los derechos civiles y políticos de la población. Y en ese momento no se dispara un tiro, no hay confrontación. Cuando llega a la ciudad capital, le entregan las llaves de la ciudad», añade.
El historiador estadounidense Charlton Yingling, quien ha consultado los archivos nacionales de Haití, dice que desde Puerto Príncipe se veía como un paso natural de unificación de unos pueblos con muchas coincidencias.
«Los dominicanos y los haitianos compartían no solo una lucha contra enemigos comunes, los imperios europeos, sino también la cultura, el comercio y, a menudo, sus vidas personales, a pesar de lo que afirman las narrativas nacionalistas posteriores», explica a BBC Mundo.
Pero el relato que predomina ahora en República Dominicana, por el contario, lo considera una invasión: una toma por la fuerza por el ejército haitiano del territorio del Santo Domingo, que no tenía realmente cómo responder militarmente.
La historiadora Margarita Vargas dice que «es difícil pensar que los colonos pidieran a los haitianos que los fueran a liberar de los españoles, por muy liberales que fueran».
Sostiene que si bien la intención de Haití era abolir la esclavitud, también buscaba aliviar las necesidades de un «país devastado» por su guerra de independencia y quequería evitar una reconquista francesa desde el este de la isla.
¿Una época oscura?
La exportación del ideal abolicionista contrasta con recuentos controvertidos que se atribuyen al gobierno haitiano a lo largo de los 22 años.
Entre ellos está la represión de los habitantes de Santo Domingo, el servicio militar obligatorio y el despojo de tierras. Hay noticias de matanzas a manos de las tropas de Boyer, conformadas en buena medida por dominicanos.
También se dice que el español fue sustituido por el francés tanto en las esferas del gobierno como entre los habitantes de Santo Domingo. Y que la religión católica sufrió una amenaza de prohibición y un intento de sustitución por la práctica del vudú de la cultura haitiana.
El problema, señalan historiadores, es que hace falta documentación que respalde estos hechos.
Yingling explica que había más sintonía entre pueblos de la que se sabe por los relatos nacionalistas escritos muchos años después.
«En la era revolucionaria, los habitantes de ambos lados de la isla usaban ‘Haití’ y ‘haitiano’ (y palabras similares, todas tomadas prestadas de los nativos taínos) en diferentes momentos para referirse a proyectos políticos, a ellos mismos y a su patria común», explica el historiador, autor del libro «Siblings of Soil» (Hermanos de Tierra, en una traducción libre), que trata sobre la relación de los dominicanos y haitianos.
González Canalda señala que las fuentes históricas que ha consultado muestran también otro escenario en el que las denuncias de actos atroces vienen de las élites que perdieron privilegios.
«Los dueños de esclavos y la Iglesia católica no se quedaron con los brazos cruzados. Intentaron hacer una conspiración que falló y fueron llevados a la justicia, encarcelados», explica.
«Hubo represión, sí, contra la conspiración, pero no generalizada contra la población. Eso no ha aparecido en fuentes, no hay evidencia de eso. Y los historiadores trabajamos con evidencia», sostiene.
La investigadora señala que de más de 4.500 actas que ha revisado, solo una señala una expropiación de tierra. «Hay muy pocas actas en francés. Todo el accionar, el poder judicial, fue en español».
Margarita Vargas también considera que el hecho de que nunca se haya perdido el español en Santo Domingo es muestra de que no había una intención de crear una sola cultura predominantemente haitiana en la isla.
Boyer era católico practicante, por lo que la religión no se cree que haya sido un problema.
Promulgó la abolición de la esclavitud, una Constitución que ofrecía ciudadanía a hombres y mujeres, la participación en la Asamblea de diputados dominicanos y la separación Iglesia-Estado.
La élite gobernante de la época, formada por españoles, criollos y la Iglesia, rechazaba a los haitianos en términos raciales, explica Vargas.
«Para ellos era muy difícil aceptar que personas negras fueran a gobernar una colonia de España, por racismo. Entonces hay una resistencia muy fuerte por parte de los colonos» explica.
«No solo les aterraba la idea de que iban a estar bajo dominio de personas negras, sino además de quienes consideraban bárbaros, salvajes, porque habían hecho su propia revolución y tenían noticias de lo sangriento que había sido. Y además les aterraba la idea de perder a sus esclavos y de perder sus plantaciones y sus fincas», añade.
Yingling señala que desde Puerto Príncipe se ve la unificación como un hecho que «bloqueó el regreso inmediato de las potencias europeas».
También mejoró los lazos económicos extensos de los que dependían muchos residentes en toda la isla.
El colapso de la República de Haití
Los objetivos de Boyer comenzaron a desdibujarse conforme avanzaron los años.
El intento de reactivación económica sustentada en una reforma agraria no significó la prometida libertad para los esclavos liberados, ahora «libertos» o campesinos.
«Lo que Boyer hace es reorganizar la economía y meter unas jornadas de trabajo muy fuertes a la propia masa de personas de origen africano. Esto no es exclusivo de Santo Domingo, lo hizo también en Haití. Y vuelven a un régimen casi muy similar al de la esclavitud: los campesinos no pueden salirse de su plantación. Son mecanismos para asentar la mano de obra en un lugar», explica Vargas.
El gobierno también necesitaba dinero para pagar la indemnización que Francia exigía por los daños de la independencia de Haití, algo que repercutió a los habitantes de Santo Domingo con duros impuestos.
«Fue una medida muy negativa, un impuesto muy duro. Y esa situación hizo que los dominicanos se sintieran como un grupo nacional dominado por otro. Ahí comienza la idea de la separación», explica González Canalda.
Para entonces, Boyer, con más de 20 años en el gobierno haitiano, desoyó los llamados de democracia y comenzó a asumir un poder unipersonal.
Yingling señala que «la implementación de medidas haitianas estuvo lejos de ser perfecta», con una visión utópica: «Fue un intento ambicioso de construir una república multiétnica funcional en un hemisferio donde Cuba, Brasil y Estados Unidos todavía estaban expandiendo la esclavitud».
El conflictivo nacimiento de la actual República Dominicana
La separación de la isla se aceleró a partir de la caída de Boyer, que no pudo contener un golpe de Estado en el oeste de la isla, al que se unieron las tropas del este conformadas por dominicanos. Huyó del país en 1843.
Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella conformaron un movimiento en 1838, La Trinitaria, que proclamó una segunda independencia de Santo Domingo (después de la «Independencia efímera») el 27 de febrero de 1844, dando origen a la actual República Dominicana.
Pero no era el único esfuerzo, pues Pedro Santana, un rico hacendado que asumió como general del Ejército Libertador, también encabezaba una fuerza independentista.
Las pugnas por el gobierno estallaron casi desde la proclamación de febrero de 1844.
Los trinitarios liberales se enfrentaron a los conservadores encabezados por Santana, quien a la postre fue el primer presidente de un país que siguió viviendo problemas internos e intentos fallidos de invasión de Haití hasta la década de 1860.
Santana había buscado durante años que Santo Domingo fuera un protectorado de Francia, Reino Unido, Estados Unidos o España. Finalmente se restauró el dominio de la corona española de 1861 a 1865.
«El Estado haitiano apoyó la resistencia popular dominicana contra la breve recolonización española», apunta Yingling.
Una nueva guerra logró la restauración de la república, y una tercera independencia en 1865 en un país dividido entre varios caudillos.
El recelo hacia Haití
Haití llevó a cabo varios intentos de retomar la unión de La Española que fueron aprovechados políticamente por los gobernantes dominicanos desde Santana en adelante.
El general se afianzó en el poder uniendo a la élite dominicana blanca a su causa conservadora, y poniendo en la mira como enemigo común a los haitianos. Una fórmula que sirvió a otros gobernantes de mano dura, como Rafael Trujillo (1930-1961), explica González Canalda.
«Se crea ese enemigo, los haitianos, para compactar la población y someterla a un mecanismo de control, un mecanismo de manipulación», sostiene.
«Esa historia te la enseñan desde chiquito. Esto es lo que uno aprende desde el cuarto curso de primaria y eso es lo que se le mete en la cabeza. Y claro, se crece creyendo esto y hay todo un movimiento nacionalista».
La historiadora Margarita Vargas también apunta a que un «antihaitianismo» entre la sociedad dominicana surge de aquel periodo de 22 años de la república haitiana.
«Sigue prevaleciendo con muchos estereotipos. Paradójicamente son culturas muy, muy cercanas, muy entrelazadas, que comparten procesos históricos similares», explica.
La evolución histórica, sin embargo, los ha alejado. Haití es el país más pobre de América, sacudido por diversas crisis y catástrofes naturales; mientras, del otro lado de la isla, Dominicana es una nación estable y que crece y cuyos actuales gobernantes piden a la comunidad internacional que no los dejen solos frente a los múltiples problemas de su vecino.