Soy, por decirlo de algún modo, un optimista empedernido. Por eso, a pesar de mi crítica implacable a un sistema como el que tenemos –que no sirve-, creo que siempre hay un motivo para luchar, mantener viva la esperanza, porque solo quien persevera logra su meta.
Y cada día, al lado de evidencias y casos desmoralizantes, encontramos también ejemplos dignos de resaltar y emular. Uno de estos es el triunfo en México del izquierdista Andrés Manuel López Obrador, que logró una victoria contundente con más de 50 %, en su tercer intento por alcanzar la presidencia. Un ejemplo de perseverancia.
AMLO, como le llaman los mexicanos, superó todas las expectativas y arrasó en las elecciones del pasado domingo, derrotando a los candidatos del histórico Partido Revolucionario Institucional (PRI) y del conservador PAN, que representaban más de lo mismo: corrupción, violencia, ineficiencia, complicidad, impunidad.
México, el segundo país más poblado de América Latina, con 120 millones de habitantes, la décima quinta economía mundial y tercera de la región (solo por debajo de la de EE. UU. y Brasil), pero con cerca de la mitad de su gente viviendo en la pobreza, se hartó de la corrupción y el control omnímodo de una cúpula política mientras la mayoría de los mexicanos viven presa del miedo, de la violencia de las bandas de narcotraficantes que, en complicidad con políticos delincuentes, imponen la ley en la patria de Pancho Villa, José María Morelos, Benito Juárez y Emiliano Zapata.
López Obrador es una esperanza no solo para México, sino para toda la América Latina, hastiada de políticos corruptos que suelen hablar en nombre de la patria, pero que no hacen otra cosa que destruirla poco a poco.
Llama la atención que uno de los temas fundamentales que llevaron al poder a López Obrador fuera precisamente su promesa de luchar contra la corrupción. Si cumple, pasará a la historia, de no, el pueblo mexicano sabrá cobrarle como ya lo hizo con el saliente Peña Nieto, quien sale del cargo con muchas penas y sin gloria.
Otro aspecto fundamental en su triunfo fue, más que la dispersión del voto conservador, su capacidad para concretar una amplia alianza, que va desde su partido Morena y grupos evangélicos, hasta el marxista-leninista Partido de los Trabajadores.
Hay que destacar que si bien en estos comicios su discurso fue más conciliador que en los anteriores, AMLO no renegó de su posición antisistema, como han hecho, por ejemplo, partidos que antes fueron de izquierda o de liberación nacional y que una vez en el poder asumieron políticas neoliberales, aunque de paso destruyan el aparato productivo nacional y le aprietan el cinturón al pueblo, mientras sus cuentas se ensanchan a costa del erario.
Esperamos que a partir del 1 de diciembre, cuando asuma la presidencia, los hechos le hagan honor a las palabras y que si bien no haga de México un paraíso, al menos contribuya a hacer de esa hermosa nación un país menos desigual y más seguro, donde no reine el narcotráfico y la corrupción política. Un México mejor, lindo y querido.