La llegada del niño Jesús y el sentido cristiano de la Navidad invitan al perdón y la reconciliación. Se comienza consigo mismo, a veces más difícil que perdonar o reconciliarse con otros.
La reflexión me hizo pensar en cómo celebran los inculpados por hechos como la muerte de 236 personas en Jet Set o el gravísimo dolo en Senasa, cuyas consecuencias sin dudas ensombrecen incontables reuniones familiares de Navidad.
Recordé que dos siglos antes de Cristo, un dramaturgo romano creó el aforismo “Homo homini lupus est”, que los hombres son con otros como lobos, cruelmente depredadores con ferocidad inhumana.
Los cristianos asumimos la bondad como inherente al alma, por eso a los malos los llamamos desalmados. La historia y la política actual muestran tremendas corrupciones y agresividad, en procura de alguna primacía o algo deseado y escaso o ajeno, como el dinero.
La esencia espiritualmente bondadosa de las personas es reiterada en la Biblia desde el Génesis al referir que fuimos hechos por Dios a imagen y semejanza suya, hasta en Timoteo 4:4-5 que dice que “todo lo que Dios ha creado es bueno y no se ha de rechazar nada si se recibe con acción de gracias; pues queda santificado por la palabra de Dios y por la oración”.
Dicen que el único pecado imperdonable es injuriar al Espíritu Santo o minar la fe de los creyentes. Afortunadamente la obligación cristiana del perdón no está en los códigos Penal y Civil.
Decidir un justo castigo o pena por delinquir tan gravemente como en Jet Set y Senasa es una manera de evangelizar —propósito del nacimiento del Cristo— y blindar el orden público contra tantos lobos políticos.