MANAGUA, Nicaragua. En estas últimas semanas muchas de las noticias que nos llegan de la Patria dominicana no dejan de ser inquietantes.
Otras, ciertamente, pueden ser descritas como esperanzadoras: tal fue la acción de denunciar y someter a la justicia a un nutrido grupo de desfalcadores del Tesoro Público del anterior gobierno.
Opino que toda mujer u hombre nacido en tierra dominicana o que desee lo mejor para la Patria de Duarte y que honre día a día su memoria, debe sentir que un sudor frío perla su frente y una profunda indignación les obliga a respirar profundo ante determinados hechos y muy específicos personajes.
La pregunta es: ¿Hasta cuándo? ¿Acaso no es suficiente? ¿Podremos ser testigos, alguna vez, del final de esta deplorable historia de indignidades?
Si uno repasa despacio los diversos medios noticiosos tropezará con fotografías que aumentan nuestra indignación hasta límites insospechados.
El expresidente Medina, por ejemplo, muy delgado, el pelo blanco, el rostro desencajado y aquella mirada conveniente y asimétrica de víctima, el gesto que, evidentemente, busca despertar la compasión, confiesa, luego de un corto viaje a un reconocido centro hospitalario estadounidense, estar afectado “por un cáncer de próstata».
El gesto, de seguro ordenado por sus experimentados “creadores de imágenes”, persigue despertar la compasión de adversarios, correligionarios y observadores imparciales.
Dios mío, me digo al observarlo en su enigmática y poco creíble pose, qué diferencia abismal con aquel personaje arrogante y altanero que, como un desaforado discípulo del averno, daba airadas órdenes a diestra y siniestra en procura de hacerse de un tercer mandato tras haber transformado el país en un vertedero de aguas contaminadas en los periodos previos en los que, con su pleno apoyo, República Dominicana alcanzó los niveles de corrupción más devastadores y extravagantes que se recuerde en toda su historia.
Estas lecciones que, con dolor y lágrimas, nos brinda la existencia, no pueden soslayarse, dejarse a un lado, olvidarlas o perdonarlas, que es lo que se busca. Es preciso mantener viva la memoria, el conocimiento y la conciencia de que el país está repleto de fieras capaces de cualquier atrocidad con tal de asaltar el poder y reeditar otro capítulo, el definitivo quizás, de esta historia de horrores y de perversidades inocultables…
Gracias a la resistencia, la valentía y la decisión de nuestro pueblo, fuimos capaces de empujar a estos depredadores fuera del poder. Pero es absurdo creer que están definitivamente liquidados, vencidos o que no disponen de la capacidad de hacer muchísimo daño. Quien observa con detenimiento la degradación reinante a muchos niveles en el país, también podrá deducir que estas manifestaciones son también una expresión de situaciones que han abatido a todos los países, como las secuelas de la pandemia o de una realidad universal de conflictos y problemas de compleja naturaleza.
No obstante, es bueno hacer conciencia de que, entre nosotros, el componente conspirativo se mantiene vivo como una herida abierta y es absurdo creer que los miles de millones robados por esta gente no van a ser utilizados en provocar situaciones que les permitan anular los esfuerzos orientados a normalizar la existencia del país y las instituciones.
Más, todavía, hacer posible que los dominicanos asuman exitosamente la tarea de rescatar de sus existencias deplorables esa sustancial parte del pueblo que permanece en estado de indigencia, de pobreza y de abandono.
República Dominicana sigue siendo víctima de situaciones complejas y difíciles, como las secuelas dejadas tras de sí por la pandemia, que no sólo arrodilló, sino que también contribuyó a degradar física y emocionalmente a miles de personas que perdieron su relativa seguridad, sus empleos, su forma de vida, que padecieron o murieron en un contexto de inenarrables sufrimientos o que fueron testigos impotentes de los padecimientos y de la muerte de padres, madres, esposas, hijos, hermanos, amigos.
A este dolor, a esta amargura y padecimientos, hay que sumar que nos transformamos en víctimas de la impotencia más amarga ante las actuaciones de los personeros de un partido y de un gobierno de gente maleada que hacía cuanto se les antojaba para continuar en el poder.